jueves, 2 de octubre de 2008

Continuidad

por S.A.I.R. Otto de Habsburgo
Diputado del Parlamento Europeo
Presidente de la Unión Paneuropea

Al observar los diferentes países que hace dieciocho años pusieron fin a sus regímenes totalitarios comunistas y que se incorporaron en la comunidad de los países libres, llamará la atención de forma reiterada que parecían saber hacerlo mejor aquellos con capacidad de establecer una continuidad a través de los tiempos.

Respecto a esto, Hungría ha sido ejemplarizante. Yo mismo estuve presente el 2 de mayo de 1990 cuando se inauguró el primer parlamento elegido libremente desde havía décadas. El presidente veterano Kalmán Kéri aún hjabía sido oficial bajo el Emperador Francisco José y después había seguido bajo el gobierno de mi padre, el Emperador Carlos I.

Fue hecho prisionero, más tarde, por el régimen comunista, que le mantuvo encerrado en el horrible campo de concentración de Recsk. El primer discurso lo dio Monseñor Béla Varga, el presidente del último parlamento elegido libremente después de la Segunda Guerra Mundial, y fue obligado al exilio por los comunistas después de derrocar el Gobierno Nagy. Pero en el Parlamento también estaban hombres que durante muchos años sirvieron fieles al comunismo, tales como los señores Pozsgay, Szürös y Mémeth. Entre ellos y sus colegas no se produjo aquella tensión como en otros sitios. Todos ellos se consideraron parte de la historia húngara.

En Viena, los águilas de Napoléon delante del Palacio de Schönbrunn son, sin duda, unos de los monumentos más importantes y de mayor significancia política. Aunque el Emperador corso sólo estuvo pocos días en Viena, tuvo, como todos los fenómenos de corta vida política, la necesidad de perpetuarse a sí mismo. Cuando poco después de erigir sus signos de victoria tuvo que abandonar la ciudad, y al volver el Emperador Francisco a su residencia, uno de sus colaboradores aconsejó que se eliminaran inmediatamente las águilas. El Emperador se negó con la determinación: También esto pertenece a nuestra historia.

Por otra parte, eso mismo se puede decir a aquellas, por suerte no muy numeriosas personas que piden que se quite en Viena el monumento al Soldado Soviético de la Plaza de Schwarzemberg.

Hay que decir, primero, que este símbolo de la vanidad no resulta tan feo, sólo que la figura del soldado es desproporcionadamente alta. Segundo, porque la presencia desagradable en aquellos tiempos del Ejército Rojo forma parte de la historia austríaca.

El que se erige deprisa monumentos a sí mismo duda de la legitimidad de su ejercicio del poder. El gobernador legítimo, indiferentemente si en una república o en una Monarquía, tiene la sensación de que su deber es obligación y no gloria personal. Para él mismo, en principio, sólo es relevante el juicio de Dios. Lo que piensen los hombres después de su muerte, poco le afecta. Sólo los políticos que operan a corto plazo y de miras estrechas estarán preocupados desde el principio por levantar su propio monumento.

Se ha demostrado que una ruptura en la historia tiene efectos desfavorables. Lo mismo es aplicable al término de la superación del pasado. El que ve el tiempo pasado como lo que es en realidad, no tiene ninguna necesidad de superarlo; en todo caso lo integrará.

La superación es algo que se da la mano con la represión y falsificación. La integración, en cambio, permite ver las cosas como eran realmente y de orientar las propias acciones de acuerdo con esta experiencia. También los malos períodos puede ser de gran utilidad, porque nos enseñan lo que no se debe hacer. Frente a ello, los días soleados tienen un sentido en el saber de cómo se debería actuar. Pero el que trata de superar el pasado, pierde el tesoro de la historia. También se puede comprobar cada vez de nuevo una postura crispada en lugar de una evaluación sana de los hechos, crea complejos que hasta hoy no han servido a nadie.

Visto de esta manera y teniendo en cuenta las evoluciones en Europa Central y Oriental, resulta del todo necesario. De ello depnderá en gran medida el éxito de la política. Sólo el que tiene la capacidad de hacer la paz o, al menos, un alto el fuego con el pasado, tendrá la posibilidad de dirigirse con certeza hacia el futuro. Porque la historia no es algo que se pueda dividir en diferentes partes separadas herméticamente una de la otra. Es como un río desde la fuente hasta la desembocadura.