lunes, 3 de septiembre de 2012

Las monarquías se casan con el pueblo

por Amadeo-Martín Rey y Cabieses

SS.AA.RR. los Príncipes de Prusia, ejemplo de un matrimonio real tradicional.

Los reyes han bajado del pedestal y se desposan con plebeyas. El de Letizia es sólo un caso más de una tendencia creciente en Europa. 

 Si uno repasa las bodas de los actuales príncipes herederos de las monarquías europeas reinantes, comprueba que, salvo en el caso del príncipe heredero Alois de Liechtenstein –casado en 1993 con la princesa Sofía de Baviera–, el resto de herederos de los tronos que aún sobreviven en nuestra vieja Europa han enlazado con personas no pertenecientes a lo que ha venido en llamarse el círculo de la realeza, es decir, el compuesto por las familias soberanas –reinantes o no– o las correspondientes a Estados mediatizados, es decir, los que perdieron su soberanía a principios del siglo XIX tras el establecimiento de la Confederación del Rin por Napoleón I y la posterior abolición del Sacro Imperio Romano Germánico que llevó al reconocimiento en el Congreso de Viena de la igualdad de nacimiento de los príncipes de familias soberanas y mediatizadas. 

Esa tónica de matrimonios desiguales o morganáticos es considerada por muchos como signo de modernidad y una especie de seguro para la pervivencia de la monarquía en tiempos tan avanzados. Existen teorías que propugnan que, puesto que es bueno acercarse al pueblo, conviene casarse con él para ser más respetado y hasta ensalzado por el mismo. 

Sin embargo, la historia está repleta de monarcas cercanos y amados por su pueblo que casaron conforme a las reglas propias de sus respectivas casas. Las mencionadas teorías defienden además que no hay nada que supere el sentimiento –de amor– y que ese amor sentimental será el que afiance la pareja con el consiguiente beneficio para la monarquía y la Nación, libre ya de los artificiales matrimonios de Estado. 

Hoy en día hay algunos príncipes de casas reinantes que se han casado con miembros de la nobleza –que no realeza–, como Felipe de Bélgica, pero la mayoría han optado por otro tipo de matrimonios, primando el enamoramiento sobre el respeto a la tradición nupcial de sus respectivas dinastías. 

Matrimonios morganáticos

Es el caso de Federico de Dinamarca y Mary Donaldson; de Victoria de Suecia y Daniel Westling, de Guillermo Alejandro de Holanda y Máxima Zorreguieta… En parte, la causa de esta tendencia, iniciada ya en la generación anterior –Margarita II de Dinamarca con Henri de Laborde de Monpezat, Harald V de Noruega con Sonia Haraldsen, Carlos XVI Gustavo de Suecia con Silvia Sommerlath, Beatriz de los Países Bajos con Claus von Amsberg…–, está enraizada en la idea de considerar que una de las pocas y serias obligaciones que tiene un príncipe heredero –que es casarse conforme a las necesidades de la Corona y a la historia de su Casa– es algo baladí que debe ser superado por el amor que se cree –erróneamente– incompatible con matrimonios conformes con esas seculares tradiciones. 

¿Habrá acaso quien defienda que Alfonso XII no amó a su prima y esposa María de las Mercedes de Orleáns? ¿O que Alfonso XIII no se casó enamorado de la princesa Victoria Eugenia de Battenberg aunque luego acabaran separados? No obstante, fueron matrimonios conforme a las normas de la Casa de España –como lo fueron el de los Condes de Barcelona, don Juan y doña María, y el de los actuales Reyes de España–, a pesar de que en el caso de Victoria Eugenia fuera elevada in extremis por su tío Eduardo VII de Inglaterra al rango de alteza real poco antes de su boda en 1906. 

Olvidan que la monarquía es fundamentalmente una institución basada en la herencia, en la historia, en añejas tradiciones y en el respeto a ciertos deberes que son el fiel de la balanza de otros tantos privilegios. 

Hoy en día todos los monarcas reinantes en Europa –y la mayoría de los no reinantes– son primos entre sí, excepción hecha de los copríncipes de Andorra y del Papa. Ese parentesco lleva camino de diluirse tanto que en pocos lustros será casi una entelequia. Cercenar usanzas tan arraigadas como son los matrimonios entre quien ha de ocupar un trono y quien ha sido educado para entender en toda su dimensión la importancia de ese mismo trono puede ir en contra de su perdurabilidad.

* Doctor en Historia. Académico Correspondiente de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Miembro de la junta directiva de la Asociación Monárquica Europea