martes, 27 de noviembre de 2007

Trigésimo segundo aniversario de la Proclamación de S.M. el Rey de España Don Juan Carlos I

ACTUALIDAD MONÁRQUICA

¡Viva el Rey!


Hoy celebramos el trigésimo segundo aniversario de la Proclamación de S.M. el Rey. Un aniversario que debería resaltar la gran importancia que tuvo aquel momento para toda España y el giro hacia la democracia tras casi 40 años de dictadura militar. S.M. el Rey estuvo ante un gran reto, a la vez que ante una gran incertidumbre, porque eran muchos los detractores de la restauración monárquica, sobre todo por parte de la izquierda, que tanto entonces como hoy gustaría volver a las andadas sanguinarias de la segunda república y no supera el trance de una restauración monárquica y democrática dirigida por un hábil Rey puesto por un dictador tras un interregno de 44 años. Nada consiguió la izquierda, el mérito es enterito de S.M. el Rey.

Lo que faltaba ese día 22 de noviembre de 1975 fue restablecer la legitimidad dinástica, ya que al augusto padre del Rey, Don Juan (III) de Borbón, Conde de Barcelona, Franco negó el derecho de acceder al Trono por las claras diferencias que ambos mantenían respecto del rumbo democrático que debía tomar España, por lo que Don Juan no tuvo más remedio que aceptar la decisión autocrática del dictador de nombrar a Don Juan Carlos sucesor a título de rey. Con la posterior renuncia de Don Juan el 14 de mayo de 1977 a sus derechos dinásticos a favor de su hijo el Rey, se restableció formalmente la legitimidad histórica del Rey como descendiente directo de los Reyes Católicos, enlazando con Don Alfonso XIII.

Felicito a S.M. el Rey por estos 32 años de feliz Reinado y Le deseo que pueda cumplir muchos más antes de que sea sucedido por su Augusto Hijo Don Felipe (VI). Es importante resaltar la importancia de la Monarquía, tan atacada últimamente por separatistas y dictadores enloquecidos. La Corona es la única institución capaz de enlazar la España actual con su larga historia y unir a todos los españoles bajo el manto protector de la Monarquía, garantía de estabilidad, progreso y unidad nacional.




¡Viva el Rey! ¡Viva España!



Dicho sea de paso:

Un estudio hecho público esta mañana por Radio Intereconomía revela que la Monarquía española es la más barata de todas, mientras que las repúblicas tienen un coste desmesurado:

Monarquía española: 0,19 € por habitante y año
Monarquía británica: 0,92 € por habitante y año
Monarquía sueca: 1,05 € por habitante y año
República Italiana (presidente): 4,10 € por habitante y año.

(Sería interesante saber lo que cuestan las demás repúblicas; la Monarquía sueca es la más cara de las diez europeas. Además, teniendo en cuenta los beneficios de una Familia Real frente a presidentes de república que cambian cada 5-10 años y que mantienen sus privilegios de por vida, el coste es realmente ridículo.)

A ver quiénes son los parásitos y quiénes cuestan un dineral al pueblo... para no hablar de los senadores de España, que no sirven absolutamente para nada.



lunes, 19 de noviembre de 2007

Conspiracions antimonárquiques?



La Monarquía representa un ordre preestablert d'origen natural o diví. Significa no sols que la seva legitimitat ens va donada per raons històriques i tradicionals, pel seu origen mateix de la nació que conforma un Estat, sinó també pels valors que li son innats, valors básics per a la convivència pacífica i ordenada de tota societat humana. Aquests valors, pel seu origen natural o, si es vol, diví, sín, en realitat, aliens a una base político-ideológica, encara que existeixen avui orientacions idelógiques que consideren a aquests valors propis de determinats sectors polítics.

La Institució Monárquica té, entre altres, alguns trats fondamentals de trascendència superior: la Unitat, la Justícia i la Llibertat. Dintre de valors com la unitat nacional i la llibertat hi ha l'estabilitat política, el respecte a la voluntat majorirària, la pau i la pluralitat.

Des de fa dinou [*1994] anys, Espanya gaudeix d'una estabilitat política exemplar, que tampoc s'ha vist perjudicada per un intent de cop d'estat, ans tot el contrari. Tot això gràcies a l'exemplar actuació del nstre Rei, que va saber guanyar-se per a Ell i per a tota Espanya, l'admiració i el prestigi a nivell mundial. La Corona, superior i aliena a tota lliuta política entre partits, ha sigut en tot aquest període la garantía que cap d'aquestes lluites polítiques hagi arribat a pertorbar l'estabilitat d'Espanya com a país i com a Estat.

Malauradament, sembla que existeixen sectors que no poden o no volen viure en pau i stabilitat. No soporten, sembla, que poguem viure en un ordre superior i elié a les seves voluntats conjunturals, els seus interessos creats - creats per a què? A aquests sectors els agradaria trencar la pacífica convivència de què gaudim, alterant no sols la vida a nivel local o regional, sino l'ordre institucional i el legat históric del nostre Reialme. Potser perque els resulta més còmode destruir que construir, es a dir, acabar amb el que hi ha i s'ha aconseguit pel benestar del poble i provocar a tot el país el caos i la desil·lusió, perquè això és el que fa divertida tota conspiració. A alguns polítics sembla que els diverteix més conspirar que solucionar problemes. Crea intriges é més fàcil que treballar en solucions pràctiques per a problemes de nivell "inferior": problemes dels ciutadans de peu.

Es trist haver de llegir a la premsa d'una "trama de conspiració republicana" - en què es basa? - o d'utilitzar el Rei" per a interessos polítics d'alguns dirigents. Tampoc cert diari madrileny, declaradament monárquic, té por a utilitzar el nom i l'imatge de S.M. El Rei en benefici desl seus lectors, jocs que obsessionen el seu director amb interessos un tant bizantins i posicions monàrquiques desequilibrades i monopolítiques.


És indubtable, i ens ho demostra l'actutut de la "gent del carrer", que el Rei i a Monarquía gaudeixen a Espanya d'un gran prestigi, d'una adhesió forta i un futur indubtable. Precisament en moments de certa agitació política, de desgast d'una de les institucions de nivell inferior a la de la Corona: el govern nacional, aquesta adhesió dels espanyols al seu Rei es fa més notable i fervorosa (recordeu la desfilada de la Guardia Civil a Madrid a mitjans de maig de 1994 a on es va aclamar S.M. El Rei i es va escridassar els membres del govern).


Les conspiracions que podem llegir als diaris aquests dies no tenen cap base lògica. No és sinó una priova més que molts dels polítics implicats no veuen la realitat socioeconòmica i es centren en activitats poc profitoses per al seu país, activitats que els suposen, segons manifesten frequentment quan es tracta de pujar les dietes, un sacrifici mal compensat peró que estan disposats a fer pel bé i progrès d'Espanya.


Si estimessin realment aquest Regne d'Espanya i el poble que el composa, no posarien en joc la seva existència i la seva raó de ser: la seva Monarquía representada per Sa Majestat El Rei d'Espanya.


(Editorial publicat en Monarquía Europea Nº 1 (10) Año I (IV), edició especial en valencià. Nov 1994, subvencionat per a la Generalitat Valenciana)

La desvirtuación de la Realeza


"Los Reyes son una necesidad biológica. Tal vez son un reflejo de la constitución misma del alma."

Lawrence Durrell





Una encuesta realizada en Alemania de si la aristocracia (y por extensión la realeza) sigue siendo un ejemplo para la sociedad, tuvo el resultado sorprendente de que el 71% contestó afirmativamente, cuando en la misma encuesta un 74% opinaba que la aristocracia alemana está en declive.

Con otras palabras, la gente sigue creyendo en la realeza, aunque sólo sea subconscientemente. El Rey es hoy más necesario que nunca, porque las luchas partidistas son hoy más violentas que nunca, y el Rey es el único dirimente posible de estas luchas, con la mirada puesta en los supremos intereses del estado. El Rey es, en definitiva, el único posible representante auténtico de la ideal del estado, dando exactamente igual a estos efectos que se profese una concepción de la sociedad democrática o aristocrática.

La institución monárquica, sin embargo, vive actualmente una fase de desestabilización en gran parte organizada y muy peligrosa. Y no siendo esto suficiente, algunos miembros destacados de Familias Reales reinantes caen en esa red que se les ha tendido y que puede tener consecuencias muy graves no sólo para ellos, sino para toda la institución. Los Monarcas y, con ellos, las Familias Reales son los símbolos visibles de las naciones y de los valores morales y éticos. Ellos son los portadores de la esperanza para sus pueblos, como demuestran hechos como la encuesta antes enunciada, la esperanza de poder servir de orientación especialmente para la juventud, que cae con trepidante velocidad en el extremismo, la anarquía y la falta de respeto hacia sus conciudadanos.

La sociedad es un organismo, no un sistema. Su unidad más pequeña es la familia, y en realidad, la realeza es la estructura que le conviene mejor, dado que la Familia Real es un reflejo de la familia humana y la idolatría que se le adhiere es legítima.

Además, así como los apetitos, aunque sean débiles, onubilan el hábito de la justicia, así también la caridad o el amor recto lo perfecciona y ennoblece. Los apetitos, despreciando el bien propio del hombre, pretenden otros fines; la caridad, en cambio, se dirige a Dios y al hombre, despreciando todo lo demás; busca, en consecuencia, el bien del hombre. Y siendo el mayor entre todos los bienes del hombre el vivir en paz, como se dijo más arriba, y consiguiéndose esto, sobre todo y de manera especial por la justicia, tanto más cuanto ella sea más vigorosa. Se demostrará que el Monarca debe poseer amor recto en más alto grado que ninguno otro de los hombres, del siguiente modo: Todo ser digno de ser amado será tanto más amado cuanto más cerca esté de quien lo ama.

La realeza, y con ella la aristocracia, debe procurar no dejarse llevar por sus apetitos. Los desequilibrios familiares como los conocidos en la Casa Real británica (en tiempos de la Princesa Diana), desvían a la Corona de su rectitud y ejemplariedad. La no observancia de tradiciones desvirtúa la posición suprema de la Familia Real.

El Monarca sólo puede estar mejor dispuesto para gobernar (reinar) si no tiene oportunidad alguna para dejarse llevar por los apetitos, o siendo el que de todos los mortales tiene las mínimas ocasiones, cosa que no sucede a los demás, y siendo los apetitos por sí mismos los que corrompen el juicio y obstaculizan la justicia. Para que los Monarcas sigan siendo los que están óptimamente preparados para el gobierno -y sólo ellos pueden conducir óptimamente a los demás-, es preciso que sus hijos sean conscientes del legado que recibirán algún día.

(Artículo publicado en Monarquía Europea Nº5/6 Año 2 Jul-Dic 1992 - recopila diferentes definiciones filosóficas históricas aplicadas a la actualidad)

domingo, 18 de noviembre de 2007

Confusión de las Ideas

Manipulación terminológica y Monarquía

Muchas veces, algunos conceptos son utilizados de forma equivocada, especialmente por los medios de comunicación, bien porque el que los maneja no está consciente de su verdadero significado, bien porque se trata de manipularlos concienzudamente para confundir las ideas del lector y, a largo plazo, de la sociedad entera para favorecer, en nuestro caso concreto, una predisposición en contra de la idea monárquica.
La desvirtuación de conceptos, tan frecuente en los últimos tiempos, no siempre es intencionada, pero esa no intencionalidad no es sino el fruto de una manipulación terminológica dirigida al debilitamiento primero lingüístico, segundo conceptual y, finalmente, ético y moral, para lograr una sociedad sin ideas claramente definidas y, en consecuencia, fácilmente manejable por parte de los sectores que ostentan el poder fáctico no interesados realmente en el bienestar de sus ciudadanos (o, en nuestro caso, en ceder parte de ese poder a una entidad suprema e independiente, moderadora y vigilante como el Rey).
La manipulación terminológica es una labor gota a gota, pero eficaz a largo plazo. Se da en muchos ámbitos diferentes de la sociedad actual, pues no sólo en la publicidad está probado que la manipulación es beneficiosa para los que la dirigen, sino que resulta mucho más interesante a niveles más elevados como la política. Sólo a veces, y por suerte, la voluntad popular es más fuerte, como demuestran los movimientos monárquicos en los países del este y en Brasil.
Vamos a ocuparnos a continuación de los términos que describen conceptos concretos de especial significado para la Monarquía.
Un término que con más frecuencia se utiliza inadecuadamente es él de la instauración, incluso al hacer referencia a la restauración monárquica española. Parece que se olvida con verdadero placer que en España no ha habido ninguna instauración de la Monarquía, sino una restauración y no mediante el referéndum sobre la Constitución de 1978, sino con anterioridad. El referéndum sólo confirmó esta restauración que se hizo efectiva con la proclamación de Don Juan Carlos de Borbón y Borbón el 22 de noviembre de 1975, formalizándose la legitimidad dinástica con la renuncia de Don Juan de Borbón en favor de su hijo en 1977.
Instauraciones monárquicas sólo las puede haber en países que no tenían antes la Monarquía como forma de estado o cuando el nuevo régimen monárquico se estableciera sobre una base jurídica (dinástica) completamente distinta (como cuando en España se proclamó Rey a Amadeo de Saboya por decisión de las Cortes a consecuencia del derrocamiento de la Reina Isabel II; o cuando el régimen franquista instauró en 1947 un régimen monárquico inspirado en principios tradicionalistas, pero ficticio en cuanto que no designase qa ningún suceror a título de Rey hasta 22 años después).
En todo caso, cabe hablar de re-instauración después de un período no monárquico, pero consideramos más apropiado el término de restauración como expresión de la legitimidad histórica, lo que no está en contradicción con la idea de modernidad de la institución monárquica, que ha sabido adaptarse mejor que ninguna otra a los nuevos tiempos, a las exigencias del pueblo e incluso adelantándose a los acontecimientos. Esto es importante resaltarlo cuando se empieza a argumentar que la Monarquía es algo que pertenece al pasado, pensando más en su versión cinematográfica del Rey francés Luis XIV y su Corte que en el significado verdadero del Rey y la Corona. Lo que sí pertenece definitivamente al pasado es, en cambio, la revolución bolchevique de 1917 y toda la base ideológica que la trataba de legitimar: no supo adaptarse ba los nuevos tiempos por su inflexibilidad y por su incompatibilidad con la naturaleza misma del hombre.
En consecuencia, y con mucha más razón, al hablar de los países del este europeo y de otros como Brasil, nunca será acertado decir instauración, ni siquiera utilizar el término de reinstauración, porque allí la Restauración significaría el restablecimiento de la democracia, de la justicia y de la paz social. Al igual que la brasileña, todas las Monarquías de Europa oriental tenían y seguirían teniendo legitimidad histórica (Bulgaria, Rumanía, Serbia, Montenegro, Rusia, Georgia, Hungría, Albania).
Al igual que se trata de desvirtuar el verdadero significado y alcance del concepto de la Restauración, se describe a los legítimos herederos de los tronos como si de candidatos de partidos políticos se tratara. La utilización de las denominaciones de aspirante o pretendiente no sólo es del todo incorrecta, sino nos hace sospechar que está dirigida a desautorizar las reivindicaciones legítimas de los respectivos Príncipes Herederos. Todos los Príncipes o Reyes exiliados o destronados que cuentan con nuestro apoyo, son herederos del trono, por la legitimidad histórica y dinástica que les confiere esa dignidad. Es una confusión de términos, a veces intencionada, por parte de ciertos sectores, dirigida a debilitar la idea de legitimidad de la institución monárquica y su derecho a ser restaurada, tratando de poner en entredicho la verdadera condición de heredero legítimo de este o aquel Príncipe o Rey.
Hay que pensar también en que todas las Monarquías de Europa oriental y de Brasil fueron abolidas por la fuerza y en contra de la voluntad popular, incluyendo a Rusia, donde la revolución bolchevique no contó con el apoyo popular masivo, sino más bien con masas dirigidas que no tenían la necesaria representatividad (no hubo referéndum), y donde los cabecillas revolucionarios optaron por eliminar a la Familia Imperial para poner al pueblo ante unos hechos consumados que consideraban así serían irreversibles para eternizar un sistema inviable a largo plazo.
En el caso de la Monarquía no se trata de nombrar candidatos que aspiran a convertirse en Reyes. O tienen derecho a serlo, o no lo tienen, no caben discusiones. Y en cuanto a los Reyes hasta hace poco exiliados (Simeón II, Miguel I), se da la circunstancia que por las razones anteriormente expuestas siguen siendo legítima y en teoría también legalmente los Reyes de sus respectivos países (al restablecerse la democracia se tendría que haber confirmado la vigencia de las constituciones anteriores a la toma del poder por los comunistas y restablecer así la legalidad constitucional y democrática en lugar de saltarse la ilegítima instauración de la república).
En todo caso, podríase hablar de pretendientes cuando no está claro a cuál de los Príncipes corresponde ser Príncipe Heredero, por cuestiones dinásticas (renuncias históricas no confirmadas -por ejemplo- por el Parlamento o el Jefe de la Casa Real o Imperial de entonces), o de aspirante cuando se tratare de elegir a un Rey para instaurar un régimen monárquico.
En fin, cuidémonos de dejarnos manipular. Mantengamos siempre la independencia de nuestras ideas. Seamos siempre críticos con las informaciones que nos hacen engullir. Porque hoy en día hay medios suficientes para documentarnos de tal forma que podamos hacer estudios comparativos que nos permitan llegar a conclusiones lo más objetivas posibles.
Y ante todo, debemos tener muy en cuenta que la institución monárquica debe renovar y aumentar de forma permanente sus autodefensas para contrarrestar un incremento de la agresividad de esas manipulaciones, que podrían tener el mismo efecto como, por ejemplo, un cohete descontrolado.
Esa autodefensa implica también que un Soberano pueda transmitir sin dubitación la seguridad de que la Monarquía moderna puede constituir una fórmula de unión en un clima general de descomposición, destacando las virtudes del orden político que encabeza.

(Artículo publicado en Monarquía EUropea Nº 4 Año 2 Abr-Jun 1992)

sábado, 17 de noviembre de 2007

La autenticidad de la Monarquía

Rey, Poder y Sociedad

Asistimos hoy en día a una lucha desenfrenada por el poder. Todos los hombres aspiran hoy al poder, aspiran a imponer cada uno su propia voluntad sobre los demás. Ya dijo Voltaire: "Hacer a todos actuar como yo quisiera, ese es mi poder." No en todas las épocas de la historia ha sido esa aspiración, la del poder en sí mismo, la primera de los hombres. La verdad es que, en ciertos tiempos y debido a determinadas circunstancias, parece como desencadenarse esta ansia de poder; el poder se maximiza como valor, como valor primordial entre los demás valores sociales. En otras épocas, en las que la Sociedad parece constituir un conjunto orgánico, no ocurre tal cosa. El poder político se convierte en la preocupación fundamental cuando han ocurrido profundos cambios sociales que han puesto en duda la existencia de un poder legítimo, con la consecuencia de que cuando tal cosa ocurre, cuando el poder se desliga de la autoridad legítima -la autoridad que el pueblo acepta como de origen divino o surgida de su libre consentimiento- es incapaz de producir ningún bien. No es constructivo. No logra edificar sus propios fundamentos. Sólo es capaz de destruir y, finalmente, de destruirse a sí mismo.

Es lo que vemos confirmado por la crítica situación que viven en la actualidad las repúblicas y alguna monarquía parlamentaria como la española, que se ven cada vez más sumidas en una crisis de identidad nacional y de los valores que son la base de sus naciones, como en el caso de Italia o Alemania, pero también otras como Venezuela o Bolivia, entre otras, donde el poder llamado democrático se encuentra en fase de descomposición o desvirtuación, perdiendo cada vez más el arraigo popular que lo legitima, porque sus dirigentes hacen y deshacen a su antojo sin respetar que el pueblo tal vez quiera optar por otros dirigentes u otro sistema. El poder no sirve ya al bien del pueblo, del estado, sino sólo a sí mismo. Y esta situación es especialmente pronunciada allí donde el régimen republicano se basa sobre fundamentos poco claros en cuanto a la voluntad popular y su constitución legítima y donde los representantes elegidos se convierten en dictadores que se apropian la voluntad popular para transformar al estado en un régimen totalitario.

Por otra parte, los mismos males se hacen patentes también en la Monarquía, donde el poder trata de arrinconar al Monarca, relegando a la Real Persona a actos puramente representativos o incluso decorativos, dictándole al parecer los contenidos de sus discursos, dispensándole en sentido figurado nada más que sonrisas cínico-benévolas, porque en realidad se trata de imponer una república de hecho que se disimula con un marco decorativo psicológicamente eficaz. Es, precisamente, el modo republicano de gobernar que, reafirmándose contínuamente como democráticamente elegido, hace que se llegue a situaciones de desgobierno, corrupción y pérdida de valores morales y éticos, porque el poder que no respeta la esencia misma del estado basada en la partición de poderes (Rey-Jefe de Estado - Ejecutivo - Legislativo - Poder Judicial), se tiene que traducir, necesariamente, en el cultivo de generaciones futuras oportunistas y carentes de todo respeto hacia los demás y a las reglas de de la democracia y la pacífica convivencia. El problema de las Monarquías parlamentarias actuales en Europa es que de facto el Rey queda sometido al poder ejecutivo cuando en realidad debería quedar situado por encima de éste para ejercer una función moderadora y vigilante en beneficio del buen funcionamiento de las instituciones conforme a los preceptos constitucionales, y aunque el pueblo quisiera que su monarca ejerciera funciones más efectivas (pues al criticar que un Rey no hace nada por falta de concederle poderes clave para determinadas situaciones), ya se encargan los políticos a que esto no sea así, porque lo que más parecen temer es tener una instancia que les vigile y corrija.

Uno de los más fatales errores cometidos por los que consideran el problema del poder como un mero problema institucional es la falaz suposición referente a las relaciones entre democracia y poder. Concretamente se da por supuesto que la democracia levanta obstáculos más formidables que cualquier otro sistema de gobierno al abuso del poder. Incluso la división democrática de los poderes entre muchos salvaguarda la dignididad y la libertad humanas contra el abuso del poder mayoritario. La realidad no confirma, en modo alguno, esta suposición.

La antítesis de la tiranía no es ni ha sido nunca la democracia ni ningún otro principio específico de gobierno, sino la síntesis de unidad en lo necesario, diversidad en lo accesorio y caridad en todo (entendiéndose la caridad como ecuanimidad).

Síntesis a la que es dífícil de llegar en un modo automático por procedimientos formalistas, sino que sólo puede ser inspirada por una mente humana; pero ha de ser la de un hombre sustraído en lo posible a todas las tentaciones de los intereses particulares, situado por encima de las luchas de los partidos, que haga del logro de este alto fin el único motivo de su existencia para el que nació y fue educado. En definitiva, por la mente de un Rey.

Una auténtica Monarquía significa lo contrario de cualquier ideología. Todas ellas, hasta las más antagónicas, podrán encontrar sus partidarios entre los miembros de la comunidad. Pero el estado monárquico no estará adscrito a ninguna de ellas. Sus planes y programas de gobierno, de mucho más largo alcance que los que hacen los estados hoy en día, -el poderlo hacer así es precisamente una de las ventajas de un tipo de estado capaz de extender su mirada a través de las generaciones- estarán inspirados en consideraciones puramente pragmáticas, nunca en abstracciones de tipo ideológico. Al quedar encarnada la cumbre y cabeza del estado por un hombre físico, de carne y hueso, no por una teoría ni por una abstracción, se vendrá abajo asimismo todo el sistema de ficciones sobre las que están edificados los modernos estados.

La forma política del mañana será la Monarquía, le guste al hombre de hoy o no. Esta evolución se realizará con la simplicidad de una ley natural. Hemos de preocuparnos sólamente de no caer mañana bajo el influjo del ayer. Esta Monarquía del mañana no puede, por tanto, aportar instituciones de ayer que hayan sido superadas. Lo que fue bueno ayer volverá mañana - en un plano más elevado, acompañado por algo nuevo, cuya bondad y valor de acomodación dependerá de nosotros.

Nada de esto debe interpretarse en el sentido de que la Monarquía represente una idea contraria a la idea democrática. La Monarquía -nunca se insistirá bastante sobre ello- no representa ninguna ideológía. El Rey es hoy más necesario que nunca porque las luchas partidistas son hoy más violentas que nunca, y el Rey es el único dirimente posible de estas luchas, con la mirada puesta en los supremos intereses del Estado. El Rey es, en definitiva, el único posible representante auténtico de la idea del Estado, dando exactamente igual a estos efectos que profese una concepción de la sociedad democrática o aristocrática, siendo incluso perfectamente posible, en última instancia, encuadrar una teoría legitimista dentro de unos auténticos principios democráticos sobre los que se edificara el futuro Estado monárquico.

Tampoco estará situada en el centro de gravedad de las preocupaciones estatales el hombre como entidad, sino lo estarán los hombres físicos de carne y hueso, con todos sus personales problemas. Problemas que se han hecho demasiado grandes y trascendentales en los tiempos presentes, para que pretendamos continuar abordándolos a base de un sistema de ficciones. Por eso es por lo que, como afirmó el doctor Canaval, la Monarquía es el único régimen posible de futuro.

(Editorial publicado en Monarquía Europea Nº 4 Año 2 Abr-Jun 1992, revisado y actualizado el 18-05-2008 para este blog. El Dr. Gustav Canaval fue un teórico austríaco de la idea monárquica en cuyos textos se basa este artículo)

El poder moderador

El Reto de la Monarquía

Vivimos tiempos turbulentos. Los cambios que se producen en el mundo, sobre todo en Europa, son tan vertiginosos que no nos dejan tener respiro entre uno y otro. Pero queda manifiesto con cada vez más vehemencia que lo que permanece inalterable son los valores tradicionales; es más, después de todos los intentos de borrarlos de nuestra vida, vuelven a resurgir con más fuerza.

La Monarquía es un valor tradicional ut supra. Declarada anticuada por los que pretendían ser los únicos representantes del progreso, renace como fénix de la ceniza. En el recuerdo de las gentes sigue teniendo valor y transmite confianza y cobijo para todos, cosas de las que necesitan especialmente nuestros conciudadanos europeos del este.

Pero no basta con recuerdos ni con símbolos. La Monarquía como institución suprema y moderadora tiene una función muy importante que ejercer: vigilar que se mantengan el orden y las buenas costumbres, la pacífica convivencia y la unidad nacional, que se respeten las leyes y las libertades. Para ello no es preciso que la institución monárquica ejerza poderes políticos; su actividad política es y debe ser independiente y universal, englobando al sentir general del pueblo que representa.

Ninguna democracia parlamentaria ha demostrado ser perfecta, nunca lo será. Pero cuando sus representantes, todos ellos pertenecientes a determinados grupos ideológicos y de intereses, empiezan a olvidar para qué están allí, sólo un poder puede llamarles la atención, un poder moderador: la Corona. El Rey de España ha demostrado muy bien saber estar a la altura de las circunstancias. Su toque de atención del mes de julio [de 1991] lo había medido muy bien. No escogió a nadie en concreto al que dirigir sus observaciones críticas. Dijo lo que el pueblo español piensa desde hace tiempo, advirtiendo que está vililando atentamente el buen funcionamiento de nuestra sociedad. Ello servirá para que se hagan esfuerzos por remediar los males que estamos acusando.

El Rey, hoy en día, no toma decisiones políticas. Eso está bien para evitar posicionamientos partidistas del soberano. Pero tiene un poder moral decisivo para el comportamiento de ciertos grupos sociales, pudiendo lograr tal vez mucho más que otro con poder efectivo.

La Monarquía tiene un gran reto: Demostrar que sigue siendo la mejor forma de estado, por preocuparse por cada uno de sus habitantes y todos juntos, por tomar permanentemente el pulso a la nación para reconocer dónde es preciso actuar, por arbitrar entre los diferentes grupos de interés y actuar como contrapeso en momentos de priducirse graves desequilibrios políticos o sociales.

Si en otros siglos se mantuvo demasiada anclada en el pasado y alejada del pueblo, hoy es lo contrario. La Monarquía en la actualidad está en buen camino y adaptándose con pasos gigantescos a los nuevos cometidos a ella encomendaos, como el llamado "poder moderador".

El buen hacer de la Monarquía servirá como ejemplo para todos aquellos países que duden aún qué sistema deben elegir. Y que la Monarquía debe ser la última en ser descartada como alternativa viable de reorganización del estado, queda muy bien patente en lo que dijo Álvaro d'Ors: "Si el regreso de las Monarquías fuese imposible, eso equivaldría a tener que darse por terminado el mayor y más brillante período de la cultura occidental. Mas, tranquilícense los de poca fé, porque nada autoriza a pensar así. La humanidad está sedienta de libertad y seguridad, y sólo la Monarquía reúne estas dos cualidades, porque sólo en ella el poder es paternal, al contrario de lo que sucede en los llamados regímenes de fuerza e incluso en las supuestas democracias, en las que el poder puede resultar despótico."

La Monarquía es la forma de estado más antigua, regular y natural, porque procede del poder paternal. Ella engloba los valores tradicionales de toda la nación. Por ello, está allí en el corazón de todos. Y eso podría ser la clave.

(Editorial publicado en Monarquía Europea Nº 2 Año 1 Sep-Nov 1991)

Un mundo crispado

La Monarquía y la crisis de la política

Los tiempos se han vuelto más difíciles. Hace ya tiempo que se calmó el entusiasmo que provocó la "aparente" desaparición del totalitarismo bolchevique a continuación de la caída del muro de Berlín. Más bien se ha convertido en desilñusión, desánimo y puro afán de lucro a toda costa, una especie de baile sobre el volcán. Al mismo ritmo que se deterioran las buenas costumbres, la moral y la ética en todos los países "civilizados" del mundo, se va deteriorando el medio ambiente y la naturaleza. Estamos acabando con las bases para una pacífica y próspera convic¡vencia dejando el campo libre a la tercermundización y la bancarrota técnica de nuestras naciones, antaño fuentes de toda cultura y todo progreso.
Sólo parecen vivir bien los desalmados, los capitalistas salvajes, los políticos corruptos y sinvergüenzas, y sobre todo, todos aquellos que hace poco oprimían a los pueblos del Este con su sistema inhumano del comunismo, descrito con el eufemismo de "socialismo real". Fueron juzgados y siguen en libertad. Todos los odian, pero gran parte -si no las mayorías- de los votantes los siguen eligiendo para seguir desgobernando a sus países. Son antidemocráticos, pero siguen siendo apoyados por nuestros gobiernos occidentales tan democráticos, tan preocupados por los países d Este, tan solidarios, peron tan ineptos y fáciles de asustar por el viejo oso rojo. ¿No se dan cuenta de la estrategia tan astuta que sigue su curso en el este, la estrategia cuyos hilos parecen mover los antiguos dirigentes os sus sucesores? (Putin es, al fin y al cabo, un hijop del sistema soviético y de la KGB). La favorecen echando al campo de acción a grupos radicales, difamando a la derecha llamándola golpista y fascista (cuando son atributos que más bien les describen a ellos), y Occidente calla. Calla por miedo. Por miedo a lo inevitable. Inevitable por no poner remedio a tiempo. Más vale pisar sobre carbón candente que quedarse parado ante el obstáculo.
El mundo necesita un cambio profundo y rápido. Como ya dijo a principios de los noventa S.A.I.R. Otto deb Habsburgo, el soberano europeo de la clarividencia suprema: "No queda mucho tiempo". Mirad hacia el este y cercioraos de que el oso empieza a despertarse de nuevo. Ha tocado la hora de levantarnos todos de nuestro letargo materialista, consumista y egoísta. No podemos permitir que sigan anulando nuestra iniciativa con una vida ociosa, sobornada y suibvencionada, cómoda y manipulada. ¡El despertar será terrorífico!
Apoyemos a los pueblos oprimidos por sistemas totalitarios e inhumanos para que puedan recuperar en libertad sus garantías de independencia y prosperidad. Nuestro apoyo debe ser sonado.
Llamémos la atención sobre lo que está pasando en Rusia y en Iberoamérica, pero también en España y otros países europeos, y ofrezcamos nuestra alternativa con claridad y de forma convincente. Pasemos a la acción para alcanzar este objetico, porque su consecución será también en nuestro propio beneficio. Sólo la unión hace la fuerza, la unión de los que creemos en la más virtuosa de las formas de estado: la Monarquía parlamentaria y constitucional que en Europa garantiza la estabilidad y la libertad en democracia y que con sus sistema democrático puede servir de ejemplo para el mundo de raices europeas, aunque el sistema monárquico en sí no tenga cabida donde no existe tradición por no existir falilia real.
(Artículo publicado en Monarquía Europea Nº 9 Año IV Septiembre 1994, ligeramente adaptado al momento actual)