"Los Reyes son una necesidad biológica. Tal vez son un reflejo de la constitución misma del alma."
Lawrence Durrell
Una encuesta realizada en Alemania de si la aristocracia (y por extensión la realeza) sigue siendo un ejemplo para la sociedad, tuvo el resultado sorprendente de que el 71% contestó afirmativamente, cuando en la misma encuesta un 74% opinaba que la aristocracia alemana está en declive.
Con otras palabras, la gente sigue creyendo en la realeza, aunque sólo sea subconscientemente. El Rey es hoy más necesario que nunca, porque las luchas partidistas son hoy más violentas que nunca, y el Rey es el único dirimente posible de estas luchas, con la mirada puesta en los supremos intereses del estado. El Rey es, en definitiva, el único posible representante auténtico de la ideal del estado, dando exactamente igual a estos efectos que se profese una concepción de la sociedad democrática o aristocrática.
La institución monárquica, sin embargo, vive actualmente una fase de desestabilización en gran parte organizada y muy peligrosa. Y no siendo esto suficiente, algunos miembros destacados de Familias Reales reinantes caen en esa red que se les ha tendido y que puede tener consecuencias muy graves no sólo para ellos, sino para toda la institución. Los Monarcas y, con ellos, las Familias Reales son los símbolos visibles de las naciones y de los valores morales y éticos. Ellos son los portadores de la esperanza para sus pueblos, como demuestran hechos como la encuesta antes enunciada, la esperanza de poder servir de orientación especialmente para la juventud, que cae con trepidante velocidad en el extremismo, la anarquía y la falta de respeto hacia sus conciudadanos.
La sociedad es un organismo, no un sistema. Su unidad más pequeña es la familia, y en realidad, la realeza es la estructura que le conviene mejor, dado que la Familia Real es un reflejo de la familia humana y la idolatría que se le adhiere es legítima.
Además, así como los apetitos, aunque sean débiles, onubilan el hábito de la justicia, así también la caridad o el amor recto lo perfecciona y ennoblece. Los apetitos, despreciando el bien propio del hombre, pretenden otros fines; la caridad, en cambio, se dirige a Dios y al hombre, despreciando todo lo demás; busca, en consecuencia, el bien del hombre. Y siendo el mayor entre todos los bienes del hombre el vivir en paz, como se dijo más arriba, y consiguiéndose esto, sobre todo y de manera especial por la justicia, tanto más cuanto ella sea más vigorosa. Se demostrará que el Monarca debe poseer amor recto en más alto grado que ninguno otro de los hombres, del siguiente modo: Todo ser digno de ser amado será tanto más amado cuanto más cerca esté de quien lo ama.
La realeza, y con ella la aristocracia, debe procurar no dejarse llevar por sus apetitos. Los desequilibrios familiares como los conocidos en la Casa Real británica (en tiempos de la Princesa Diana), desvían a la Corona de su rectitud y ejemplariedad. La no observancia de tradiciones desvirtúa la posición suprema de la Familia Real.
El Monarca sólo puede estar mejor dispuesto para gobernar (reinar) si no tiene oportunidad alguna para dejarse llevar por los apetitos, o siendo el que de todos los mortales tiene las mínimas ocasiones, cosa que no sucede a los demás, y siendo los apetitos por sí mismos los que corrompen el juicio y obstaculizan la justicia. Para que los Monarcas sigan siendo los que están óptimamente preparados para el gobierno -y sólo ellos pueden conducir óptimamente a los demás-, es preciso que sus hijos sean conscientes del legado que recibirán algún día.
(Artículo publicado en Monarquía Europea Nº5/6 Año 2 Jul-Dic 1992 - recopila diferentes definiciones filosóficas históricas aplicadas a la actualidad)
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