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domingo, 21 de julio de 2013

Reino de Bélgica: Las funciones del Monarca

Está claro que el año 2013 pasará a la historia como el de señaladas abdicaciones de diversos jefes de Estado: Benedicto XVI, la reina Beatriz de los Países Bajos y ahora la del Rey Alberto II de los belgas. Curiosamente, Bélgica nació desgajándose del antiguo Reino Unido de los Países Bajos y, por tanto, es íntima vecina de Holanda, por lo que algunos piensan en una suerte de «contagio abdicativo». 

A pesar de que el barón Charles-Louis de Montesquieu, en su «Del espíritu de las leyes», acuñó la teoría de las separación de poderes, el artículo 37 de la Constitución belga establece que al rey le corresponde el poder ejecutivo federal, que en la práctica está lejos de ser un verdadero poder ejecutivo, sino la plasmación del llamado cuarto poder, que no es el de la prensa, sino el arbitral o moderador ejercido por los reyes en las monarquías constitucionales parlamentarias y proclamado por Benjamin Constant. 

Bélgica es un país relativamente nuevo –aunque de antiguas raíces– fundado en 1831 por el tatarabuelo de Alberto II. La palabra «federal» implica ejercitar de obligada amalgama si se desea mantener al país como un todo. La Constitución, reformada en el último tercio del pasado siglo estableciendo un sistema federal en tres niveles (el gobierno federal, las comunidades lingüísticas flamenca, francesa y germanófona, y las regiones flamenca, valona y de Bruselas) hizo necesario más que nunca el papel del monarca como vínculo unificador en tan variopinto escenario. 

En el artículo 91 de la citada Constitución se indica que el rey debe jurar –entre otras cosas– mantener la integridad del territorio belga. Naturalmente esto no significa solamente evitar que una potencia extranjera mengüe la extensión territorial belga, sino que conlleva procurar que ninguna parte se desmiembre del todo. 

Las abdicaciones, siempre lo he dicho, deben ser «rara avis» en el firmamento monárquico. La Constitución belga no contempla ese supuesto, sino solamente el del fallecimiento del monarca y también el de la «imposibilidad de reinar» a juicio de los ministros. Cuando el primer partido del país es antimonárquico y separatista, se hace bien difícil reinar, pero quizás en esos momentos, y máxime en un año preelectoral, las tablas de un rey con cuatro lustros de experiencia serían más necesarias que nunca.

Amadeo Rey y Cabieses 
es doctor en historia y miembro de la junta directiva de la Asociación Monárquica Europea

domingo, 26 de mayo de 2013

Promesa de futuro


Aunque nueve años no es una cifra redonda, de esas que suelen celebrarse con grandes fiestas y alharacas, el que los Príncipes de Asturias hayan alcanzado ya ese tiempo de casados es un acontecimiento reseñable y el que su Casa siga reinando es de agradecer y valorar. El anuncio de su compromiso y su posterior boda el 22 de mayo de 2004 levantó no pocos comentarios respecto a la idoneidad de la novia para ostentar la corona principesca y la posterior real cuando Su Majestad fallezca o abdique. Los posteriores nacimientos de las dos Infantas propiciaron cierto debate que ha pasado a un segundo plano respecto a la necesidad o no de cambiar el orden sucesorio de la Corona igualando los derechos a ésta independientemente de su sexo. Pero lo cierto es que, de momento, no ha habido nuevos embarazos de Doña Letizia, por lo que –si sigue así– y aunque dudo que yo lo vea, tendremos Reina Leonor en un futuro, que tendrá que medirse con sus antecesoras, las dos Isabeles. 

La apretada agenda de los Príncipes de Asturias, demostración palpable de que en esa casa se trabaja, mal que les pese a quienes pretenden propagar el anticuado bulo de que la realeza se entrega al «dolce far niente», se ha visto incrementada notablemente a raíz de los diversos problemas de salud de Don Juan Carlos. El Príncipe demuestra día a día lo que su padre proclamó en su larga entrevista concedida a Jesús Hermida: que está sobradamente preparado. 

La Princesa, por su parte, estoy seguro de que habrá tenido que hacer en estos años múltiples esfuerzos de adaptación a un medio que no era el suyo natural. Vamos, que no era una auténtica «profesional» de la realeza como –en palabras de Pilar Urbano– sí lo es la Reina, Doña Sofía, nacida en las gradas del trono heleno. El desparpajo de la periodista ha tenido que mudarse en el recato de la princesa, aunque no cabe duda de que su facilidad de palabra la ayuda y la seguirá ayudando para algunos de los cometidos de una Princesa de Asturias. La pareja se halla además fuera de todo el desagradable circuito de dimes y diretes que ha enfangado últimamente a la Infanta Doña Cristina y a su consorte. 

Qué duda cabe de que eso es un valor a conservar y de ellos depende que así sea. Es no sólo conveniente sino necesario que nuestra promesa de futuro siga limpia y mirando hacia delante para afianzar la permanencia de esta vieja y a la vez joven Monarquía.

miércoles, 1 de mayo de 2013

La tradición del siglo XXI


Hacía un mes que yo había regresado de Buenos Aires, tras varios años allí destinado, cuando, el 2 de febrero de 2002, la argentina Máxima Zorreguieta se casó con el príncipe de Orange. Viví el revuelo que el compromiso causó en la sociedad porteña. Unos decían que por fin una argentina se sentaría en un trono europeo, otros indagaban en genealogía para encontrarle antepasados regios. El día llegó, y los novios se casaron con la ausencia del padre, vetado por haber sido miembro del Gobierno militar argentino.

No hace mucho, el nuevo Rey de los Países Bajos habló de la necesidad de aunar la tradición con la modernidad y de que mantener al país unido, representarlo dignamente en el exterior y apoyar a los que trabajan por su patria son sus objetivos fundamentales. Esa simbiosis entre tradición y modernidad es la que procuran para sus naciones los reyes europeos y lo que han venido haciendo las reinas de los Países Bajos. Holanda es un país avanzado, a veces demasiado diría yo, como por ejemplo en lo referente a la eutanasia, que es en realidad un retroceso y no un avance social. Sin embargo, la modernidad a la que ha llegado Holanda no ha sido «a pesar» sino «gracias a» la Corona, como en el resto de monarquías del continente.

Holanda es el único país en el que la abdicación de sus monarcas es ya tradición, la misma que llevará hoy a engalanar sus calles con el naranja de los Orange-Nassau y el tricolor rojo, blanco y azul de su bandera. Ámsterdam es sede de palacio real y de la Iglesia Nueva, donde, respectivamente, la reina Beatriz abdicará y Guillermo Alejandro será entronizado, y una de las ciudades más cosmopolitas y avanzadas del mundo.

Los holandeses saben que para representar a su país la monarquía precisa de «fondos» –unos 36,2 millones de euros, cuatro veces más que la española– pero también de «formas». Una encuesta revelaba que el 41% de los holandeses privaría a su familia real de sus privilegios, aunque el 78% defiende la monarquía como forma de Estado. En tiempos de crisis los primeros en dar ejemplo son los reyes. Así lo han hecho siempre en guerras y catástrofes, en tiempos de penurias nacionales y de necesidad. Pero la corona, como cualquier otra Jefatura del Estado, debe presentarse adecuada y dignamente. El Acta de Finanzas Reales de 1972 otorga al rey y al príncipe heredero esos fondos. Además, los holandeses saben que sus reyes son «ricos por su casa» –recordemos el Dutch Bank ABN Amro y la Shell–, pero no se suelen detener en demagógicas consideraciones acerca del particular. Saben que la reina Guillermina encabezó firmemente la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial; que su hija, la reina Juliana, democratizó «en bicicleta» la realeza neerlandesa; o que la reina Beatriz sufrió injustamente de una convulsa ceremonia de boda por casarse con Claus von Amsberg, que luego demostró ser un digno príncipe de los Países Bajos.

El nuevo Rey se convierte en monarca de una generación –comenzada por Alberto II de Mónaco–, en la que los monarcas son más símbolos que gobernantes. Pero los símbolos también cuentan y sus gestos más aún. Guillermo Alejandro estudió en un colegio público y no se le caen los anillos por tomarse una cerveza con sus amigos o patinar entre la gente, pero sabe quién es: un gran señor. Es cercano, pero no olvida que por sus venas corre la sangre de los estatúderes y reyes de los Países Bajos, además de la de los Lippe-Biesterfeld, Mecklenburg-Schwerin, Waldeck und Pyrmont, Romanov, Hohenzollern o Württemberg: pura historia de Europa. Está bien esa cercanía, pero la realeza debe conservar cierta majestad que no es sólo adorno sino esencia.

Amadeo-Martín Rey y Cabieses; doctor en Historia y profesor de Dinastías Reales. 
Miembro de la Junta Directiva de la Asociación Monárquica Europea                                       

lunes, 3 de septiembre de 2012

Las monarquías se casan con el pueblo

por Amadeo-Martín Rey y Cabieses

SS.AA.RR. los Príncipes de Prusia, ejemplo de un matrimonio real tradicional.

Los reyes han bajado del pedestal y se desposan con plebeyas. El de Letizia es sólo un caso más de una tendencia creciente en Europa. 

 Si uno repasa las bodas de los actuales príncipes herederos de las monarquías europeas reinantes, comprueba que, salvo en el caso del príncipe heredero Alois de Liechtenstein –casado en 1993 con la princesa Sofía de Baviera–, el resto de herederos de los tronos que aún sobreviven en nuestra vieja Europa han enlazado con personas no pertenecientes a lo que ha venido en llamarse el círculo de la realeza, es decir, el compuesto por las familias soberanas –reinantes o no– o las correspondientes a Estados mediatizados, es decir, los que perdieron su soberanía a principios del siglo XIX tras el establecimiento de la Confederación del Rin por Napoleón I y la posterior abolición del Sacro Imperio Romano Germánico que llevó al reconocimiento en el Congreso de Viena de la igualdad de nacimiento de los príncipes de familias soberanas y mediatizadas. 

Esa tónica de matrimonios desiguales o morganáticos es considerada por muchos como signo de modernidad y una especie de seguro para la pervivencia de la monarquía en tiempos tan avanzados. Existen teorías que propugnan que, puesto que es bueno acercarse al pueblo, conviene casarse con él para ser más respetado y hasta ensalzado por el mismo. 

Sin embargo, la historia está repleta de monarcas cercanos y amados por su pueblo que casaron conforme a las reglas propias de sus respectivas casas. Las mencionadas teorías defienden además que no hay nada que supere el sentimiento –de amor– y que ese amor sentimental será el que afiance la pareja con el consiguiente beneficio para la monarquía y la Nación, libre ya de los artificiales matrimonios de Estado. 

Hoy en día hay algunos príncipes de casas reinantes que se han casado con miembros de la nobleza –que no realeza–, como Felipe de Bélgica, pero la mayoría han optado por otro tipo de matrimonios, primando el enamoramiento sobre el respeto a la tradición nupcial de sus respectivas dinastías. 

Matrimonios morganáticos

Es el caso de Federico de Dinamarca y Mary Donaldson; de Victoria de Suecia y Daniel Westling, de Guillermo Alejandro de Holanda y Máxima Zorreguieta… En parte, la causa de esta tendencia, iniciada ya en la generación anterior –Margarita II de Dinamarca con Henri de Laborde de Monpezat, Harald V de Noruega con Sonia Haraldsen, Carlos XVI Gustavo de Suecia con Silvia Sommerlath, Beatriz de los Países Bajos con Claus von Amsberg…–, está enraizada en la idea de considerar que una de las pocas y serias obligaciones que tiene un príncipe heredero –que es casarse conforme a las necesidades de la Corona y a la historia de su Casa– es algo baladí que debe ser superado por el amor que se cree –erróneamente– incompatible con matrimonios conformes con esas seculares tradiciones. 

¿Habrá acaso quien defienda que Alfonso XII no amó a su prima y esposa María de las Mercedes de Orleáns? ¿O que Alfonso XIII no se casó enamorado de la princesa Victoria Eugenia de Battenberg aunque luego acabaran separados? No obstante, fueron matrimonios conforme a las normas de la Casa de España –como lo fueron el de los Condes de Barcelona, don Juan y doña María, y el de los actuales Reyes de España–, a pesar de que en el caso de Victoria Eugenia fuera elevada in extremis por su tío Eduardo VII de Inglaterra al rango de alteza real poco antes de su boda en 1906. 

Olvidan que la monarquía es fundamentalmente una institución basada en la herencia, en la historia, en añejas tradiciones y en el respeto a ciertos deberes que son el fiel de la balanza de otros tantos privilegios. 

Hoy en día todos los monarcas reinantes en Europa –y la mayoría de los no reinantes– son primos entre sí, excepción hecha de los copríncipes de Andorra y del Papa. Ese parentesco lleva camino de diluirse tanto que en pocos lustros será casi una entelequia. Cercenar usanzas tan arraigadas como son los matrimonios entre quien ha de ocupar un trono y quien ha sido educado para entender en toda su dimensión la importancia de ese mismo trono puede ir en contra de su perdurabilidad.

* Doctor en Historia. Académico Correspondiente de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Miembro de la junta directiva de la Asociación Monárquica Europea

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Escándalos regios

por Amadeo-Martín Rey y Cabieses 


Los beneficios y servicios del soberano a la nación superan los problemas que le pueda causar.


Desde que se empezó a hablar del caso Urdangarín, se ha especulado mucho acerca de qué situación tiene ahora el controvertido yerno de Su Majestad en la Familia Real. Es fácil: es el marido de su hija la Infanta Cristina y como tal, según el Real Decreto sobre Registro Civil de la Familia Real 2917/1981, de 27 de noviembre, promulgado en tiempos en que era ministro de Justicia Pío Cabanillas, forma parte de dicha familia. En su art. 1º se establece que en el Registro Civil de la Familia Real, estudiado con brillantez por el académico Antonio Pau, se inscriban “los nacimientos, matrimonios y defunciones, así como cualquier otro hecho o acto inscribible con arreglo a la legislación sobre Registro Civil, que afecten al Rey de España, su augusta consorte, sus ascendentes de primer grado, sus descendientes y al Príncipe heredero de la Corona”. Y por supuesto en ese registro, celosamente custodiado, está inscrito el matrimonio de Doña Cristina con Don Iñaki, y los nacimientos de sus hijos. Otra de las normas que regulan aspectos relativos a estos temas es el Real Decreto de 6 de noviembre de 1987 sobre el Régimen de Títulos, Tratamientos y Honores de la Familia Real y de los Regentes.

La Europa coronada se ha visto salpicada con escándalos de diversa naturaleza –con manifiesta falta de la tan necesaria ejemplaridad– cuyas consecuencias para sus protagonistas han sido diferentes según el país, aunque en ningún caso han supuesto lo que algunos pretenderían, es decir, la defenestración del monarca, generalmente porque los pueblos entienden que los beneficios y servicios del soberano a la nación superan con mucho los problemas que le pueda causar.
Refiriéndonos sólo a las dinastías reinantes en los siglos XX y XXI, y dejando para mejor ocasión los líos de faldas y casos como los del rey Leka de los albaneses, expulsado de España en 1979 por tenencia ilícita de armas, o del príncipe Víctor Manuel de Saboya y sus acusaciones de homicidio en 1978, tenencia ilícita de armas en 1987, corrupción, tráfico ilegal de divisas, falsedad de documento público y favorecimiento de la prostitución en 2006, que aún están sub iúdice, podemos referirnos a varios episodios luctuosos de miembros de la realeza.

Quizá el más conocido sea el que en 1976 protagonizó el príncipe Bernardo de los Países Bajos, padre de la actual reina holandesa, que tuvo la peregrina idea de aceptar 1.100.000 dólares de la compañía aeronáutica Lockheed a cambio de facilitar la compra de aviones F-104. No se le juzgó porque la reina Juliana amenazó con abdicar y el Parlamento votó en contra de su procesamiento, pero donó el dinero así recaudado a la World Wild Foundation, cuya presidencia dejó, abandonó su cargo de inspector general de las Fuerzas Armadas, y sólo volvió a usar su uniforme en el funeral de lord Mountbatten y en su propia mortaja. Reconoció sus aventuras extramatrimoniales, de las que nacieron dos hijas ilegítimas, y donó en 1988 dos cuadros para dar 700.000 libras a la WWF, cuyo director le devolvió 500.000 para un “proyecto privado”.

Recordemos, por ejemplo, que la condesa de Wessex dimitió como presidenta de su agencia de relaciones públicas tras ser cazada en 2001 criticando a su familia política, o que Sarah Ferguson aceptó en 2010 recibir 500.000 euros por facilitar a un multimillonario el acceso al príncipe Andrés. El príncipe Laurent de Bélgica, hijo de Alberto II, fue acusado en 2006 –aunque nunca se probó– de desviar fondos de la Marina para pagar electrodomésticos y la decoración de su casa, además de conducir violando el límite de velocidad, apalabrar la venta de fotos de sus hijos, colarse en la clase business de un avión sin pagar o desplegar controvertidas tácticas diplomáticas. A la princesa Marta Luisa de Noruega se le echó en cara en 2002 usar su título para promocionar sus giras con el Coro de Gospel de Oslo y se le afeó el hecho de que ganara dinero leyendo cuentos para niños en televisión.

Se dice que –ya antes del estallido del escándalo– estaba previsto que la Infanta Doña Elena y su hermana participasen menos en actividades públicas o de representación, pero desde luego el que un miembro de la Familia Real disminuya, o aún suprima, dichas actividades no afecta a su pertenencia a ese reducido círculo. Los miembros de la Familia Real –a diferencia de la Familia del Rey, demás parientes del monarca, de los que trata la disposición transitoria tercera del R. D. de 1987– tienen opción a suceder en el trono –directa o indirectamente-, pueden representar al Rey, dentro y fuera de España, y son personajes públicos. Pero para que dejen de pertenecer a la Familia Real no basta una decisión del Rey o de su Casa, sino que se debe efectuar un acto positivo y legal de apartamiento que no se ha producido. Así, mientras no exista una resolución judicial en su contra o no se modifique la Ley, Iñaki Urdangarín seguirá perteneciendo a la Familia Real, lo que no habría impedido que el llamado Duque de Palma de Mallorca hiciera motu proprio una renuncia a aparecer en actos públicos hasta que no se declarase su inocencia. Ese apartamiento lo ha hecho el propio Monarca. Y la Casa del Rey ha prometido transparencia en sus cuentas. Dos sabias decisiones que confiemos sean eficaces en el fortalecimiento de la monarquía.

*Amadeo-Martín Rey y Cabieses es doctor en Historia y profesor de Dinastías Reales.

Publicado en La Gaceta


domingo, 6 de enero de 2008

LA CONVERSION DE LA DUQUESA DE KENT


por Amadeo-Martín Rey y Cabieses

Hace pocas semanas podíamos leer cómo siete obispos y cientos de sacerdotes y diáconos anglicanos habían optado por reconocer que el Papa es el Pastor Supremo de la Iglesia Universal. La mayoría han acatado, además, el credo católico. Esta deserción masiva, y tan significativa por quienes la realizan - no olvidemos que entre ellos está nada menos que el obispo de Londres Graham Leonard -, tiene causas profundas y antiguas. La reciente puerta abierta a la ordenación de mujeres, gracias a la Priests Measure, que convierte a la Anglicana en una Iglesia reformada más, o las corrientes a favor de una renuncia del Príncipe de Gales a ser futura cabeza - "Gobernador" - de la Iglesia de Inglaterra, han actuado sólo de catalizadores. Del mismo modo que, sin duda, ha obrado asimismo una decisión personal, íntima y meditada que ha tenido por protagonista a un miembro de la Familia Real británica: la Duquesa de Kent, que ha profesado la fe católica - ante el cardenal primado Basil Hume, en la capilla privada de la Archbishop's House, cerca de la catedral de Westminster.

Desde la promulgación del Acta de Supremacía, la ruptura de Inglaterra con Roma por parte de Enrique VIII, paradójicamente Defensor de la Fe (Católica), no ha constituido siempre una insalvable solución de continuidad. Durante el pasado siglo, el movimiento de Oxford y las conversiones de los cardenales Newman y Manning fueron momentos señeros de la crisis anglicana. Dentro de la Monarquía, la reina María Tudor - casada con nuestro Felipe II -, la Reina Enriqueta María - esposa de Carlos I - Carlos II o Jacobo II son ejemplos de reyes católicos de la Gran Bretaña. En la misma Casa protestante de Hannover, Jorge IV, siendo Príncipe de Gales, casó en 1785 con Mrs. Mary Fitzherbert, una viuda católica.

Carecería de exactitud decir, como se ha repetido estos días incesantemente, que la Duquesa de Kent es el primer caso de conversión a la Religión Católica, en nuestro siglo, de un miembro de la Familia Real. La Reina Doña Victoria Eugenia abjuró del anglicanismo el 7 de marzo de 1906, en la capilla privada del palacio de Miramar de San Sebastián - poco antes de casarse con Alfonso XIII -, aunque fuera por exigencias de nuestras leyes. Las bodas reales por doble rito, aún no se acostumbraban a celebrar. Todo ello sin contar con los matrimonios de príncipes ingleses con católicas, que han obligado a aquellos a renunciar a los derechos de la Corona, en virtud del Act of Settlement de 1701. Es el caso del propio hijo de la Duquesa, el Conde de Saint-Andrews - casado en 1988 con la católica canadiense Sylvana Tomaselli -, o de su cuñada, la princesa Miguel de Kent, nacida católica en Bohemia, hija única del Barón Günter von Reibnitz y de la Condesa Marianne Szápáry. Si esta ley no estuviera en vigor en la Gran Bretaña, la Corona hubiera recaído - en nuestreo siglo, - sobre los Wittelsbach, en la persona del actual Duque Alberto, Jefe de la Casa Real de Baviera. Y eso, después de haberse transmitido a través de los Orleans, Saboya y Austria-Este.



Otra de las consecuencias de la decisión de la Duquesa de Kent podría ser, sin duda, la revisión - una vez más, puesto que ya ha sido modificada desde su promulgación - de la mencionada Acta de 1701. Aunque su decisión no afecte a los derechos sucesorios de sus hijos - nacidos de anglicanos casados según esta Iglesia - este acontecimiento quizás anime a los políticos británicos a valorar la conveniencia de mantener, en un mundo en el que la separación Iglesia-estado y la libertad religiosa son hechos ya asumidos, la exclusión de los católicos de la línea de sucesión al trono. Pasados los tiempos en que un Rey, Enrique IV de Francia, podía exclamar alegremente "París, bien vale una misa", está claro que a la Duquesa de Kent no le han movido intereses humanos en su resolución. Especialmente porque, siendo quien es, no ha debido ser fácil adoptarla. Curiosamente, es novena nieta de Oliver Cromwell, presbiteriano y encarnizado enemigo de los "papistas" y de los Estuardos, uno de los cuales - Carlos I - hizo decapitar.

El palacio de Saint James, donde vive la ya nueva católica Katherine Lucy Mary, y la corte de idéntico nombre ante la que se siguen acreditando los embajadores extranjeros, han dejado de ser los mismos a partir del 14 de enero de 1994, en que con sus dos testigos - el Marqués de Lothian y su hija, lady Cecil Cameron -, recitó el Credo de Nicea. ¿Será el comienzo del cumplimiento de la profecía del santo italiano Domingo Savio (1842-1857) de que toda Inglaterra no tardaría en convertirse? Sólo Dios tiene la respuesta.

(Publicado en Monarquía Europea 1992)