lunes, 4 de marzo de 2013

Las enfermedades de los Borbones: Tuberculosis, neumonía y arritmias


La dinastía borbónica en España, casi tan endogámica como la precedente austríaca, no ha sufrido –sin embargo– los embates de las enfermedades propias de los matrimonios consanguíneos. Felipe V, que inaugura la saga, fue maníaco-depresivo. Su primera mujer, María Luisa Gabriela de Saboya, falleció a causa de una tuberculosis ganglionar (escrófula), que sumió al monarca en tal tristeza que le llevó a abdicar en su hijo Luis I, fallecido de viruelas y sin descendencia, lo que obligó a su padre a retomar la corona hasta su muerte, a causa de un aneurisma aórtico. La mujer de Luis I, Luisa Isabel de Orléans, falleció por un coma diabético. El hipocondríaco Fernando VI, hijo y sucesor de Felipe V, aunque sufrió de viruelas, tercianas, cefaleas, hernia inguinal, inapetencia, tisis, diarreas, insomnio, y esterilidad, que le impidió dar un heredero a la Corona, padeció lo que ahora llamaríamos un trastorno bipolar, es decir, una psicosis maníaco-depresiva, como la de su padre, que se exacerbó al fallecer su amadísima esposa Bárbara de Braganza a causa de una carcinomatosis peritoneal y una embolia pulmonar. Él murió de una tuberculosis cerebral. Su hermano Carlos III perdió a su mujer María Amalia de Sajonia, a causa de una tuberculosis pulmonar, un año después de llegar de Nápoles, donde habían reinado. Fue, según el monarca, «el primer (y último) disgusto serio» que le dio su esposa. Él disfrutó de una salud bastante buena y falleció a causa de una neumonía.

El abúlico Carlos IV tuvo un hermano mayor, Felipe Pascual, inhábil debido a una deficiencia mental. Tanto Don Carlos como María Luisa de Parma fallecieron de una neumonía con pocos días de diferencia. Fernando VII casó cuatro veces antes de morir a causa de sus arritmias cardíacas. Su primera esposa, María Antonia de las Dos Sicilias, falleció a causa de una tuberculosis. La segunda, Isabel de Braganza, a causa de una eclampsia. La tercera, María Josefa de Sajonia, por una neumonía. Su marido, que ya padecía de la «regia» gota, contrajo cuartas nupcias con María Cristina de las Dos Sicilias, madre de Isabel II, que tenía eczemas en la piel y falleció por una parada cardiorrespiratoria. Alfonso XII enviudó pronto de su primera mujer, Mercedes de Orleáns, a causa de una fiebre tifoidea. Y él mismo moriría tísico, dejando viuda a María Cristina de Austria, regente durante la minoría de Alfonso XIII y fallecida de un paro cardíaco.

Alfonso XIII estuvo a punto de morir a los 4 años causa de una meningitis. Su matrimonio con Victoria Eugenia de Battenberg, fallecida de cirrosis hepática, trajo la hemofilia a la familia, que afectó a dos de sus hijos: Alfonso, Príncipe de Asturias, y luego Conde de Covadonga tras su morganática boda con la cubana Edelmira Sampedro, y Gonzalo. Ambos murieron a consecuencia de accidentes de automóvil, no aparatosos, pero sí suficientes para causarles mortales hemorragias. Seguramente el que Doña Victoria Eugenia fuera la transmisora de esa enfermedad fue una de las causas de su deterioro conyugal.

Alfonso XIII falleció en el Gran Hotel de Roma a causa de una enfermedad cardíaca que le descubrieron en Inglaterra tras un partido de polo, relacionada con infecciones dentarias, a pesar de que el odontólogo de la Real Casa era el gran Dr. Florestán Aguilar, nombrado vizconde de Casa Aguilar por sus indudables méritos. Don Juan de Borbón era fumador y, como tal, candidato a padecer cáncer. El que le llevó a la tumba fue uno de laringe. Aún recuerdo sus viajes a la Clínica Universitaria de Navarra, donde yo entonces trabajaba, y su progresivo deterioro, pero siempre conservando su inmarcesible amor a España. Su otorrinolaringólogo y profesor mío, el dr. Rafael García-Tapia, no logró acabar con esa dañina neoplasia. El dr. Carlos Zurita le acompañaba y asistía a sus intervenciones, y alguna vez me lo encontré en el antequirófano, siempre amable y solícito con su augusto suegro.

Don Juan Carlos, que sí posee varios de los atavismos y hasta de los rasgos de sus antepasados, ha sido pionero en la ingente cantidad de patología traumatológica padecida. Como buen cazador, tiene problemas de audición. Sus accidentes deportivos –esquiando en Courchevel, Baqueira, Candanchú o Gstaad, cazando, navegando o jugando al tenis– le han ocasionado fracturas del brazo o la pelvis, roturas del tendón de Aquiles, golpes en un ojo, además de herpes facial, varices, un nódulo pulmonar y una progresiva artrosis por la que lleva una prótesis de rodilla y otra de cadera. Ahora sólo nos resta desear a Su Majestad un pronto restablecimiento de la intervención de hernia discal que le ha realizado el dr. Manuel de la Torre.

Amadeo Martín Rey y Cabieses / Doctor en Historia. Licenciado en Medicina y Cirugía
Miembro de la Directiva de la Asociación Monárquica Europea

Publicado en La Razón el 04-03-2013



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