La
dinastía borbónica en España, casi tan endogámica como la precedente
austríaca, no ha sufrido –sin embargo– los embates de las enfermedades
propias de los matrimonios consanguíneos. Felipe V, que inaugura la
saga, fue maníaco-depresivo. Su primera mujer, María Luisa Gabriela de
Saboya, falleció a causa de una tuberculosis ganglionar (escrófula), que
sumió al monarca en tal tristeza que le llevó a abdicar en su hijo Luis
I, fallecido de viruelas y sin descendencia, lo que obligó a su padre a
retomar la corona hasta su muerte, a causa de un aneurisma aórtico. La
mujer de Luis I, Luisa Isabel de Orléans, falleció por un coma
diabético. El hipocondríaco Fernando VI, hijo y sucesor de Felipe V,
aunque sufrió de viruelas, tercianas, cefaleas, hernia inguinal,
inapetencia, tisis, diarreas, insomnio, y esterilidad, que le impidió
dar un heredero a la Corona, padeció lo que ahora llamaríamos un
trastorno bipolar, es decir, una psicosis maníaco-depresiva, como la de
su padre, que se exacerbó al fallecer su amadísima esposa Bárbara de
Braganza a causa de una carcinomatosis peritoneal y una embolia
pulmonar. Él murió de una tuberculosis cerebral. Su hermano Carlos III
perdió a su mujer María Amalia de Sajonia, a causa de una tuberculosis
pulmonar, un año después de llegar de Nápoles, donde habían reinado.
Fue, según el monarca, «el primer (y último) disgusto serio» que le dio
su esposa. Él disfrutó de una salud bastante buena y falleció a causa de
una neumonía.
El abúlico Carlos IV tuvo un hermano mayor, Felipe
Pascual, inhábil debido a una deficiencia mental. Tanto Don Carlos como
María Luisa de Parma fallecieron de una neumonía con pocos días de
diferencia. Fernando VII casó cuatro veces antes de morir a causa de sus
arritmias cardíacas. Su primera esposa, María Antonia de las Dos
Sicilias, falleció a causa de una tuberculosis. La segunda, Isabel de
Braganza, a causa de una eclampsia. La tercera, María Josefa de Sajonia,
por una neumonía. Su marido, que ya padecía de la «regia» gota,
contrajo cuartas nupcias con María Cristina de las Dos Sicilias, madre
de Isabel II, que tenía eczemas en la piel y falleció por una parada
cardiorrespiratoria. Alfonso XII enviudó pronto de su primera mujer,
Mercedes de Orleáns, a causa de una fiebre tifoidea. Y él mismo moriría
tísico, dejando viuda a María Cristina de Austria, regente durante la
minoría de Alfonso XIII y fallecida de un paro cardíaco.
Alfonso
XIII estuvo a punto de morir a los 4 años causa de una meningitis. Su
matrimonio con Victoria Eugenia de Battenberg, fallecida de cirrosis
hepática, trajo la hemofilia a la familia, que afectó a dos de sus
hijos: Alfonso, Príncipe de Asturias, y luego Conde de Covadonga tras su
morganática boda con la cubana Edelmira Sampedro, y Gonzalo. Ambos
murieron a consecuencia de accidentes de automóvil, no aparatosos, pero
sí suficientes para causarles mortales hemorragias. Seguramente el que
Doña Victoria Eugenia fuera la transmisora de esa enfermedad fue una de
las causas de su deterioro conyugal.
Alfonso XIII falleció en el
Gran Hotel de Roma a causa de una enfermedad cardíaca que le
descubrieron en Inglaterra tras un partido de polo, relacionada con
infecciones dentarias, a pesar de que el odontólogo de la Real Casa era
el gran Dr. Florestán Aguilar, nombrado vizconde de Casa Aguilar por sus
indudables méritos. Don Juan de Borbón era fumador y, como tal,
candidato a padecer cáncer. El que le llevó a la tumba fue uno de
laringe. Aún recuerdo sus viajes a la Clínica Universitaria de Navarra,
donde yo entonces trabajaba, y su progresivo deterioro, pero siempre
conservando su inmarcesible amor a España. Su otorrinolaringólogo y
profesor mío, el dr. Rafael García-Tapia, no logró acabar con esa dañina
neoplasia. El dr. Carlos Zurita le acompañaba y asistía a sus
intervenciones, y alguna vez me lo encontré en el antequirófano, siempre
amable y solícito con su augusto suegro.
Don
Juan Carlos, que sí posee varios de los atavismos y hasta de los rasgos
de sus antepasados, ha sido pionero en la ingente cantidad de patología
traumatológica padecida. Como buen cazador, tiene problemas de
audición. Sus accidentes deportivos –esquiando en Courchevel, Baqueira,
Candanchú o Gstaad, cazando, navegando o jugando al tenis– le han
ocasionado fracturas del brazo o la pelvis, roturas del tendón de
Aquiles, golpes en un ojo, además de herpes facial, varices, un nódulo
pulmonar y una progresiva artrosis por la que lleva una prótesis de
rodilla y otra de cadera. Ahora sólo nos resta desear a Su Majestad un
pronto restablecimiento de la intervención de hernia discal que le ha
realizado el dr. Manuel de la Torre.
Amadeo Martín Rey y Cabieses / Doctor en Historia. Licenciado en Medicina y Cirugía
Miembro de la Directiva de la Asociación Monárquica Europea
Publicado en La Razón el 04-03-2013
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