¡Viva la Constitución de 1978!
Hoy es el vigésimo noveno aniversario de la promulgación de la Constitución Española de 1978. Es una constitución para la que los diputados de la asamblea constituyente tomaron como base diversas constituciones democráticas europeas occidentales y que establece y consolida la monarquía parlamentaria como forma de estado y garante del sistema democrático constitucional.
En la actualidad y por la insistencia de la izquierda (que en realidad anhela volver a un sistema republicano tan desastroso y sanguinario como la segunda república) se discute mucho sobre la necesidad de reformar la Constituición, al igual que los estatutos de autonomía, cuando tales reformas no son necesarias ni responden a un clamor de la sociededa española, pues como se ha visto en el caso del estatuto de autonomía de Cataluña, el interés es efímero y apenas se acude a votar sí o no a un nuevo estatuto de autonomía.
La Constitución de 1978 realmente es una constitución muy completa. En una ocasión, el presidente autonómico de Andalucía dijo que se debería poder reformar con más facilidad como es el caso de Alemania, pero con esa opinión sólo demuestra que primero no entiende nada de la situación alemana y en segundo lugar es poco democrático pretender cambiar la Constitución al antojo de las mayorías existentes. Alemania no tiene constitución, sino una Ley Fundamental, una pseudo-constitución, promulgada en 1949 tras la división efectiva de las zonas de ocupación occidentales y la zona soviética, por concesiín graciosa de las tres potencias vencedoras occidentales EE.UU., Gran Bretaña y Francia, que habían decidido dividir Alemania en virtud de los Acuerdos de Yalta y en desprecio de la soberanía del pueblo alemán que entonces y hasta 1990 prácticamente no existía, una Ley Fundamental que establecía que tras la reunificación se debía elegir una asamblea constituyente para que sea el pueblio alemán quien votara una nueva Constitución, precepto incumplido al igual que la trampa de la reunificación (parcial) con Alemania central (la antigua RDA comunista) mediante una adhesión a la República Federal de Alemania.
Lo que nos faltaba en estos momentos es una constitución moldeable a discreción de los diputados como es el caso en Alemania. Lo que no se dice es que muchos preceptos de la actual Constitución ni siquiera se han desarrollado por falta de voluntad política, pues no se entiende que tras 29 años aún existan competencias que no han sido transferidas, porque los gobiernos nacionales de turno querían mantener competencias centrales en lugar de desarrollar las previsiones constitucionales.
Realmente hay pocas cosas que precisan una reforma, pues las disposiciones constitucionales son lo suficientemente amplias como para poder desarrollarla en plenitud y sin necesidad de reforma, ya que muchos temas de relevancia son susceptibles de ser definidos por leyes orgánicas. Con la discusión se pretende, en realidad, provocar un cambio tan radical que haga necesario convocar una nueva asamblea constituyente, con lo que la izquierda quiere conseguir que se discuta incluso la forma del estado para acabar con la monarquía parlamentaria y eliminar esa institución de garantía democrática y control que es la Corona y acabar con esa odiada "indisolubilidad de la unidad de España" para satisfacer los anhelos irracionales de los separatistas catalanes, vascos y gallegos de hacer pedazos un país que disfruta de una unidad nacional desde hace más de 500 años.
Pero antes de reformar la Constitución, hay muchos otros problemas que resolver. Nuestros políticos harían mejor en no gastar sus energías en discusiones inútiles sobre reformas constitucionales y estatutarias o en hablar o no hablar con bandas terroristas sobre si se impone o no una independencia de una región que nunca ha sido un país independiente (discusiones que por otra parte son completamente contrarias a la Constitución que no permite la secesión territorial). Lo que desea el pueblo español es que pueda vivir en paz, en prosperidad y sin preocupaciones vitales como empleo, educación de calidad, estabilidad política y libertad en todos los ámbitos.
Por eso digo que ¡Viva la Constitución!, porque es una constitución bastante bien hecha que no necesita ser reformada sino sólo desarrollada en profundidad, una constitución que todos los diputados, al igual que S.M. el Rey, juraron cumplir y hacer cumplir, pero que muchos diputados de la izquierda incumplen y no respetan, empezando por el señor Zeta que ante todo parece desear acabar con ella y con todo el país. Muchas constituciones son mucho más antiguas que la española, como la del Gran Ducado de Luxemburgo, lo que demuestra que están pensadas para perdurar en el tiempo sin mayores reformas. Creo que en pocos países se discute tanto sobre la Constitución como en España, porque en pocos países se quiere acabar con la propia nación para sumirla en el caos. desearía que nuestros gobernantes lean la Constitución y que se atengan a ella, porque así lo quiso el pueblo español en 1978. Pocas veces en estos 29 años he visto tanto infantilismo político como actualmente. Ojalá los resultados de PISA no sean aplicables a nuestros políticos, pero parece que PISA es sintomático no sólo para la población escolar.
Para terminar adjunto el discurso de promulgación de Su Majestad el Rey. Las palbaras del Rey lo dicen todo.
Discurso de promulgación
Pronunciado por S. M. el Rey Don Juan Carlos I, ante las Cortes, el 27 de Diciembre de 1978
Señoras y señores Diputados,Señoras y señores Senadores:
Como expresión de los momentos históricos que estamos viviendo, y cuando acabo de sancionar, como Rey de España, la Constitución aprobada por las Cortes y ratificada por el pueblo español, quiero que mis palabras, breves y sencillas, sean ante todo de agradecimiento hacia los miembros y grupos de estas Cámaras que han elaborado la norma fundamental por la que ha de regirse nuestra convivencia democrática.
Y para proyectar hacia el futuro este sentimiento de gratitud por la labor realizada, formulo mi más sincero deseo de que todas las fuerzas políticas vean cumplidas cuantas esperanzas han depositado en el texto constitucional, a la vez que confío en su buena volutad para aceptar y ejercer la responsabilidad que en su aplicación les corresponde.
Mi saludo, también, al Gobierno de la Nación, a la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo, a la Junta de Jefes de Estado Mayor, a las representaciones de los Altos Organismos e Instituciones del Estado, así como a las religiosas y del Cuerpo Diplomático que hoy se encuentran aquí.
En todos ellos quisiera significar el reconocimiento hacia las distintas Instituciones que, de una u otra forma, han contribuido a esta empresa colectiva que ahora culmina, y concretar el mensaje de paz y solidaridad de los españoles hacia las demás naciones de la Tierra.
Y gracias, por fin al pueblo español, verdadero artífice de la realidad patria, representado por las distintas fuerzas parlamentarias, y que ha manifestado en el referéndum su voluntad de apoyo a una Constitución que a todos debe regirnos y todos debemos acatar.
Con ella se recoge la aspiración de la Corona, de que la voluntad de nuestro pueblo quedara rotundamente expresada. Y, en consecuencia, al ser una Constitución de todos y para todos, es también la Constitución del Rey de todos los españoles.
Si ya en el mismo instante de ser proclamado como Rey señalé mi propósito de considerarme el primero de los españoles a la hora de lograr un futuro basado en una efectiva concordia nacional, hoy no puedo dejar de hacer patente mi satisfacción al comprobar como todos han sabido armonizar sus respectivos proyectos para que se hiciera posible el entendimiento básico entre los principales sectores políticos del país.
Pienso que este hecho constituye el mejor aval para que España inicie un nuevo período de grandeza.
Y hoy, como Rey de España y símbolo de la unidad y permanencia del Estado, al sancionar la Constitución y mandar a todos que la cumplan, expreso ante el pueblo español, titular de la soberanía nacional, mi decidida voluntad de acatarla y servirla.
Importante es el paso que acabamos de dar en la evolución política que entre todos estamos llevando a cabo. Importante es la aprobación de una Ley básica como la que hoy he sancionado y que constituye el marco jurídico de nuestra vida común; pero pensemos que la ruta que nos aguarda no será cómoda ni fácil, y que, al recoger el fruto de la etapa que se cierra, debemos abrigar también la ilusión de no desfallecer en nuestro empeño, el propósito de no ceder terreno al desánimo y la seguridad de mantener el pulso necesario para sortear escollos y dificultades.
Si hemos acertado en lo principal y lo decisivo, no debemos consentir que diferencias de matiz o inconvenientes momentáneos debiliten nuestra firme confianza en España y en la capacidad de los españoles de profundizar en los surcos de la libertad y recoger una abundante cosecha de justicia y de bienestar.
Porque si los españoles sin excepción sabemos sacrificar lo que sea preciso de nuestras opiniones para armonizarlas con las de otros; si acertamos a combinar el ejercicio de nuestros derechos con los derechos que a los demás corresponde ejercer; si postergamos nuestros egoísmos y personalismos a la consecución del bien común, conseguiremos desterrar para siempre las divergencias irreconciliables, el rencor, el odio y la violencia, y lograremos una España unida en sus deseos de paz y de armonía.
De acuerdo con estos propósitos, la Monarquía, que como Institución integradora debe estar por encima de discrepancias circunstanciales y de accesorias diferencias, procurará en todo momento evitarlas o conjugarlas para extraer el principio común y supremo que a todos debe impulsarnos: lograr el bien de España.
Los pueblos de España tienen planteadas grandes demandas en el orden del reconocimiento de sus propias peculiaridades, del trabajo, de la vida familiar, de la cultura y la igualdad efectiva de las oportunidades en el ejercicio cotidiano de la libertad.
A todo ello hemos de consagrar nuestros esfuerzos en el tiempo que se avecina.
Íntimamente identificados con el pueblo, siempre cerca de él, en contacto directo con sus preocupaciones y urgencias, podremos garantizar para el futuro el orden social justo a que todos aspiramos.
Al reiterar a todos mi agradecimiento y mi satisfacción, quiero terminar expresando el orgullo que siento por estar al frente de los españoles en estos tiempos decisivos en que nuestras miradas deben dirigirse al porvenir con fe, con optimismo, con decisión y valentía, con la más ilusionada de las esperanzas.
El día de mi proclamación tuve ocasión de decir que el "Rey es el primer español obligado a cumplir con su deber".
Por eso repito ahora que todo mi tiempo y todas las acciones de mi voluntad estarán dirigidas a este honroso deber que es el servicio de mi Patria.
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