Vivimos tiempos de inestabilidad e incertidumbre, momentos
en que el capital ha vuelto a refugiarse en el más dorado y preciado de los
metales ante la constante inestabilidad de los mercados, días en los que
nuestros políticos e instituciones viven su más baja popularidad, donde parece
que en nada ni nadie se puede confiar. A ambos lados del Atlántico está
resultando más difícil de lo que en un primer momento pareció encontrar ese
camino que nos devuelva a la estabilidad tan ansiada como perdida, culpa de una
crisis que está durando más de lo previsto y que ya se ha llevado mucho por delante.
Es ahora cuando hay que apostar por valores seguros,
reforzando nuestra confianza en aquellas pocas instituciones que aún pueden
suponer un modelo de estabilidad y confianza. Es el momento de defender la
Corona.
Desde luego, la segunda década de este Siglo en curso ya
ha quedado marcada por la denominada Primavera Árabe, sueño de libertad y
democracia para unos, mar de oportunidades políticas y estratégicas para otros,
y lluvia de bombas para una inmensa mayoría que observa impotente cómo sus vidas
se derrumban igual que sus casas y países. Sin embargo, el buen observador
habrá advertido que en aquellos Estados árabes donde permanece una monarquía,
caso de nuestro vecino Marruecos, el Sultanato omaní o los Emiratos, no sólo no
se han producido revueltas ni revoluciones, sino que son en estos momentos
atractivos destinos económicos e incluso turísticos.
El artículo 56 de nuestra Constitución definió muy bien el
concepto al hablar de “símbolo de la unidad y permanencia de la Nación”, y es
que, sólo la forma de Estado que encarna la Monarquía parlamentaria, aún con
sus fallos, es capaz de mantener la Jefatura del Estado independiente del poder
político y la constante lucha por él, de ofrecer a todos los ciudadanos de un
país una única y máxima representación sin importar el partido al que voten, un
valor diplomático que, en el caso español, es mucho más valorado fuera que
dentro de nuestras fronteras.
La reciente coronación y entronización del Rey Felipe de
Bélgica es otra muestra de ello. Al igual que en el caso de la Primavera Árabe
o la Monarquía española, la Corona belga ha sido capaz de mantener en alza un
Estado que acusa profundos problemas de cohesión desde hace años; sin embargo,
y a pesar de un vacío de Gobierno de año y medio, sólo la salida al balcón del
nuevo Rey ha lanzado a los belgas a la calle bajo una misma bandera, fueran
valones o flamencos.
Es el momento de apostar por lo seguro, sin dejar de
aprender de los errores ni de depurar las responsabilidades necesarias. Por
ello, si ha habido un momento desde el 23 de febrero de 1981 en que debemos
agruparnos todos los españoles bajo nuestra Corona, es éste.
Román TEROL – Presidente de
la
Asociación Española por el Progreso del Derecho
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