S.A.R. Doña Elena y S.M. el Rey |
Don Juan Carlos siempre ha seguido la exigencia a la que obligan las modernas monarquías: mantener la interlocución con la ciudadanía y ser sensible a las preocupaciones y alegrías de los españoles, a fin de que la representación de la Corona sea efectiva.
El carácter del Rey y la profesionalidad de los miembros de su familia le han conseguido a Don Juan Carlos una popularidad indudable, que en buena parte ha compensado con amplias dosis de juancarlismo la falta de una sólida opinión pública monárquica.
En atención, por ejemplo, a la crisis que sufrimos los españoles, la Casa Real ha correspondido congelando su presupuesto o adoptando otras medidas de austeridad, como vemos estos días en la reducción de su calendario vacacional.
En atención asimismo a otro problema creciente, como es la cuestión territorial en Cataluña, el Príncipe Felipe –el futuro y, cada vez más, el presente de la institución monárquica–, se ha implicado en una institución tan útil como es la Fundación Príncipe de Gerona.
La Casa Real debe seguir en esta línea de sensibilidad a los problemas de los españoles, que son los problemas de la nación. Si el Rey tiene tasadas sus funciones en la Constitución, también goza de un amplio margen de discrecionalidad en el desarrollo de las mismas.
Por analogía, España como nación no se limita a un “patriotismo constitucional” reduccionista de una nación tan rica en historia y en patrimonio, y la Familia Real es y ha de ser más consciente que nadie de este punto. En este sentido, cabe recordar que la tauromaquia forma parte de ese patrimonio cultural, social y artístico español, y por ello ha contado con la adhesión multisecular de los españoles y, asimismo, con el apoyo de una Familia Real a la que el pueblo ha apreciado, también a lo largo de los siglos, por su genuino casticismo.
Ciertamente, uno puede ser un perfecto español sin que le guste la Fiesta de los toros, del mismo modo que crece el número de ciudadanos de otros países con devoción por el arte de Cúchares. Pero la intencionalidad política con que se han prohibido los toros en Cataluña no sólo es un atropello de las libertades, sino que ha querido destruir los vínculos afectivos entre españoles, soliviantando a tantas personas que, dentro y fuera de Cataluña, aman los toros y aman la libertad de que haya toros.
Dado que la Corona es una magistratura simbólica, su política se viene concretando en lo que se llaman “gestos”. De ahí que, con respecto a la cuestión de los toros en Cataluña, sea conveniente que, ya que consta el apoyo del Rey a la tauromaquia, también el Príncipe tenga gestos de apoyo, como los ha tenido la Infanta Elena.
El consiguiente incremento de la popularidad no sería un espejismo, sino el agradecimiento de tantos millones de españoles que consideran que la Monarquía ha de ser de todos, y no alinearse con posiciones presuntamente progresistas, por tentador que resulte en una circunstancia dada. La Corona ha sabido –a través de Doña Sofía, por ejemplo– tender puentes con la mayoría de españoles que rechazaban leyes inicuas como la del aborto o el matrimonio homosexual.
Ahora, esa política de gestos debe abarcar la cuestión de las libertades en Cataluña y el mantenimiento de los vínculos políticos, culturales y afectivos entre dicha autonomía y toda España, del Estatut a la tauromaquia. Son gestos necesarios para que los españoles no entiendan su silencio como aquiescencia y se vean tentados a retirar el apoyo a una institución a la que siempre han apoyado por verse reflejados en ella.
Fuente: La Gaceta
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