por José Antonio Marcos Lecuona (+1993)
A poco que se recuerde o repase la historia de las distintas regiones y territorios que componen España, hemos de reconocer que toda ella se halla unida a distintas Monarquías que se han venido sucediendo a través de los tiempos.
Y sin ánimo de realizar una exposición detallada de cuanto los pueblos de España han protagonizado junto a sus Reyes, tendríamos que recordar hechos tan trascendentales como la Reconquista, el mecenazgo sobre olos Caimos de Santiago, la creación de las primeras universidades, la formación de una nación de nacionalidades, el descubrimiento de las Américas y tantos y tantos otros acontecimientos de gran trascendencia para la humanidad que la unidad del pueblo y de la Corona han sabido crear.
Se ha afirmado que la Revolución Francesa acabó con los regímenes absolutistas de los Monarcas europeos, sustituyéndolos por organizaciones políticas que limitaban los poderes mediante la atribución de la soberanía al pueblo, perop la realidad nos ha demostrado que ello no se ha alcanzado en todos los países y que los regímenes democráticos no han impedido los regímenes totalitarios, que extienden su poder mucho más allá de lo que cualquier Monarquía absoluta pudo imaginar, en cuanto invaden ámbitos d ela vida privada y social que hacen cada vez más limitada la libertad de éstas.
En nuestros tiempos y en nuestro país, la Monarquía ha seguido prestando esenciales servicios al pueblo español, y a tal efecto bástenos con recordar el papel de la Monarquía en el régimen anterior, debido especialmente a su legítimo titular Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, quien mantuvo con ejemplar dignidad los derechos sucesorios frente a las repetidas ofertas que recibió del Jefe de Estado anterior y que rechazó por querer preservar a la Corona de toda enemistad entre los españoles, pese a lo cual, superando la repulsa política que le producía el General Franco, accedió a entregar a su hijo y sucesor para que fuera instruido y educado en España.
Pues bien, tanto Don Juan como su hijo hubieron de hacer buena cara y asumir con no pocas descalificaciones, cuando no insultos, de unas y otras ideologías políticas manifestando una incomprensión grave sobre el concepto de servicio y obligaciones propias de olos miembros de las dinastías monárquicas cuando se vive en un mundo en el que sólo privan los derechos.
Todos hemos sido testigos del papel que la Corona ha desempeñado desde los prolegómenos del actual sistema político desde la ejemplar y abnegada renuncia a los derechos de quien pudo haber sido Juan III, hasta la conducta de Don Juan Carlos I, en la dimisión del Presidente del Gobierno Arias Navarro, la designación del Presidente del Gobierno Adolfo Suárez, la defensa de la democracia en el asalto al Congreso, sus viajes y misiones a países de todo el mundo, especialmente a los hispanoamericanos, y en especial su exquisito respeto al quehacer político de los partidos y de los ciudadanos.
Como materia opinable se oyen voces en nuestro Reino que se inclinan por una Jefatura del Estado elegida por el pueblo, pero con la tradición monárquica con la que tenemos la fortuna de contar en España, resulta mucho más acertado mantener este sistema que permite una sucesión automática y que se halla por encima de las luchas políticas ejerciendo una misión de moderación, arbitraje y autoridad moral que no sería posible en una persona elegida.
Una vez podría sucedernos en nuestro país que contando con una institución política como la Monarquía, de gloriosa tradición e inestimables servicios prestados al pueblo, no fuéramos capaces de conservarla y prestigiarla al máximo, y para ello creemos que no estaría de más actuar en dos sentidos:
Promover que el texto de la vigente Constitución incluya como títulos del Rey los de los diversos Reinos y Señoríos de los pueblos de España como una muestra expresa del papel de la Corona en la autonomía de aquellos.
Exigir de los medios de comunicación que se facilite una información completa sobre las actividades del Rey, de su jornada de trabajo, y no limitarse a dar cuenta solamente de las temporadas de vacaciones como si éstas no fueran un merecido descanso de las agotadoras sesiones a que se halla sometido un Monarca que ejerce con total entrega y patriotismo su difícil cargo.
Publicado en Monarquía Europea Nº 2 - Año I - Septiembre-Noviembre 1991
Y sin ánimo de realizar una exposición detallada de cuanto los pueblos de España han protagonizado junto a sus Reyes, tendríamos que recordar hechos tan trascendentales como la Reconquista, el mecenazgo sobre olos Caimos de Santiago, la creación de las primeras universidades, la formación de una nación de nacionalidades, el descubrimiento de las Américas y tantos y tantos otros acontecimientos de gran trascendencia para la humanidad que la unidad del pueblo y de la Corona han sabido crear.
Se ha afirmado que la Revolución Francesa acabó con los regímenes absolutistas de los Monarcas europeos, sustituyéndolos por organizaciones políticas que limitaban los poderes mediante la atribución de la soberanía al pueblo, perop la realidad nos ha demostrado que ello no se ha alcanzado en todos los países y que los regímenes democráticos no han impedido los regímenes totalitarios, que extienden su poder mucho más allá de lo que cualquier Monarquía absoluta pudo imaginar, en cuanto invaden ámbitos d ela vida privada y social que hacen cada vez más limitada la libertad de éstas.
En nuestros tiempos y en nuestro país, la Monarquía ha seguido prestando esenciales servicios al pueblo español, y a tal efecto bástenos con recordar el papel de la Monarquía en el régimen anterior, debido especialmente a su legítimo titular Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, quien mantuvo con ejemplar dignidad los derechos sucesorios frente a las repetidas ofertas que recibió del Jefe de Estado anterior y que rechazó por querer preservar a la Corona de toda enemistad entre los españoles, pese a lo cual, superando la repulsa política que le producía el General Franco, accedió a entregar a su hijo y sucesor para que fuera instruido y educado en España.
Pues bien, tanto Don Juan como su hijo hubieron de hacer buena cara y asumir con no pocas descalificaciones, cuando no insultos, de unas y otras ideologías políticas manifestando una incomprensión grave sobre el concepto de servicio y obligaciones propias de olos miembros de las dinastías monárquicas cuando se vive en un mundo en el que sólo privan los derechos.
Todos hemos sido testigos del papel que la Corona ha desempeñado desde los prolegómenos del actual sistema político desde la ejemplar y abnegada renuncia a los derechos de quien pudo haber sido Juan III, hasta la conducta de Don Juan Carlos I, en la dimisión del Presidente del Gobierno Arias Navarro, la designación del Presidente del Gobierno Adolfo Suárez, la defensa de la democracia en el asalto al Congreso, sus viajes y misiones a países de todo el mundo, especialmente a los hispanoamericanos, y en especial su exquisito respeto al quehacer político de los partidos y de los ciudadanos.
Como materia opinable se oyen voces en nuestro Reino que se inclinan por una Jefatura del Estado elegida por el pueblo, pero con la tradición monárquica con la que tenemos la fortuna de contar en España, resulta mucho más acertado mantener este sistema que permite una sucesión automática y que se halla por encima de las luchas políticas ejerciendo una misión de moderación, arbitraje y autoridad moral que no sería posible en una persona elegida.
Una vez podría sucedernos en nuestro país que contando con una institución política como la Monarquía, de gloriosa tradición e inestimables servicios prestados al pueblo, no fuéramos capaces de conservarla y prestigiarla al máximo, y para ello creemos que no estaría de más actuar en dos sentidos:
Promover que el texto de la vigente Constitución incluya como títulos del Rey los de los diversos Reinos y Señoríos de los pueblos de España como una muestra expresa del papel de la Corona en la autonomía de aquellos.
Exigir de los medios de comunicación que se facilite una información completa sobre las actividades del Rey, de su jornada de trabajo, y no limitarse a dar cuenta solamente de las temporadas de vacaciones como si éstas no fueran un merecido descanso de las agotadoras sesiones a que se halla sometido un Monarca que ejerce con total entrega y patriotismo su difícil cargo.
Publicado en Monarquía Europea Nº 2 - Año I - Septiembre-Noviembre 1991
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