miércoles, 23 de febrero de 2011

La vacuna del 23-F

S.M. el Rey llama al orden a los militares en la noche del 23-F

Lo más estimulante que se puede decir del 23-F es que es difícil que la historia se repita. Con la perspectiva de los años, aquel atraco de opereta ha quedado como una farsa aislada, que remedaba los pronunciamientos de los espadones isabelinos. El hambre de normalidad democrática de los españoles metabolizó aquel brote anacrónico y hoy lo estudiamos como una curiosidad arqueológica. La intentona de Tejero y Miláns duró apenas unas horas –desde las 6.30 de la tarde del 23 al mediodía del 24–, pero ha dado origen a numerosas conjeturas y enigmas. El más importante es lo que podríamos calificar de la X del golpe. Son sobradamente conocidos el clima previo –el recelo de parte de la cúpula militar ante el diseño autonómico– y el detonante –la crisis económica, el zarpazo del terrorismo, la debilidad del Gobierno de Suárez–. Se daba por hecho, incluso en ambientes políticos, que la solución pasaba por un Gobierno de concentración presidido por un militar. Pero, a la hora de esclarecer quién fue el cerebro, se multiplican las preguntas. Nos referimos, claro está, a la verdad real, no a la verdad judicial que se sustanció con un proceso que deja regusto a impunidad.

Conjeturas que alimentan las manifestaciones del ex general Alfonso Armada, uno de los supuestos elefantes blancos, el espadón que iba a encabezar el Gobierno de concentración, como un De Gaulle de pacotilla. Ayer mismo volvió a su recurrente discurso intoxicador al insinuar que el Rey estaba al corriente. Su palabra frente al cúmulo de evidencias de que el ex tutor del Monarca utilizó su nombre; su palabra frente a testimonios contundentes y coincidentes; su palabra frente a Francisco Laína, que se hizo cargo del Gobierno provisional, y que, como ha contado a LA GACETA : “El Rey fue el primero que me advirtió de que Armada estaba en esto hasta las cejas”. El propio ex general incurre en contradicciones. Durante años ha dicho que no se arrepentía de nada y, sin embargo, en 1984 habló de “un gran error, peor que un crimen” en una carta que ha publicado LA GACETA.

Treinta años después, cabe extraer tres consecuencias paradójicamente positivas. El 23-F sirvió, en primer lugar, para cribar de reliquias involucionistas a las Fuerzas Armadas, en una suerte de vacuna que las modernizo y fijó definitivamente el papel que les reserva la Constitución. En segundo lugar, supuso el espaldarazo para la Monarquía, ya que el papel jugado por Don Juan Carlos para imponer su autoridad de jefe supremo de las Fuerzas Armadas fue decisivo para hacer abortar la intentona golpista y le dio un plus de autoridad moral y prestigio internacional. Finalmente, el 23-F contribuyó a hacer expedito el paso por la izquierda que precisaba la recién nacida democracia. Sólo año y medio después se hacía efectiva la alternancia, con la llegada del Partido Socialista al Gobierno, que cosechó el récord histórico de 10 millones de votos. Otra cosa es que los socialistas malbarataran lamentablemente la oportunidad. Si bien modernizaron España con el ingreso en la OTAN y en la Unión Europea, traicionaron los principios democráticos con la corrupción y el crimen de Estado. El zapaterismo ha sido el patético estrambote del fraude felipista, y ha llegado a amenazar el legado de concordia conseguido en la Transición. Y esto ya no es una curiosidad arqueológica.



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