domingo, 6 de enero de 2008

Brasil: El gran Reino del tercer milenio


por R.N. Stelling Jr. (Brasil)


Hace ya mucho tiempo que difundo, entre los círculos que frecuento, mi absoluta preferencia por el sistema monárquico, y frecuentemente, lo que oía y percibía era un cierto descrédito de que mis opiniones pudieran tener alguna viabilidad en nuestro país.

Los años pasaron, y gracias a la iniciativa de nuestro querido Diputado Federal, el sr. Cunha Bueno, asistimos dentro del proceso de desarrollo histórico de nuestro país, al inicio de la reversión de este cuadro, o sea, paulatinamente he podido percibir en diferentes sitios que la Monarquía no parece ya algo "folclórico", nostálgico, en el sentido de pasado y no más viable.

Creo que muchas personas adeptas a esta idea, no tienen realmente espacio para poder exteriorizar todos sus anhelos e pensamientos. Aquí mismo podemos hacer una valoración. ¿Qué república tan segura y tan democrática es ésta que durante prácticamente 100 años prohibió la libre manifestación de opciones políticas salvo aquellas que tuvieran afinidades republicanas? Acordémonos de la Monarquía en Brasil, en especial del Segundo Reinado, donde, por orden del mismo Emperador, ni siquiera los periódicos que lo ironizaban sufrían sanciones. ¡Ah! Grandes tiempos ... Pero no nos limitemos sólo al pasado, pues ahora tenemos un nuevo momento histórico en el cual podremos realmente "arreglar la casa", o mejor dicho, podremos, con la implantación del sistema monárquico, organizar de una vez este nuestro país tan deteriorado por 100 años republicanos de desgobierno, corrupción, desvirtuación de declaraciones, falta de compromiso con la causa pública ...

Por parte del Gobierno actual, se nos cuenta insistentemente que estamos en camino del 1er Mundo. Nos parece hasta anecdótico si pensamos en los tiempos en que Brasil era una Monarquía, cuando nos sentíamos orgullosos del esplendor y del respeto que nuestro país merecía en el exterior: segunda fuerza naval del mundo, gran desarrollo cultural apoyado directamente por nuestro gobernante, nuestro Emperador Don Pedro II, tan ligado con las áreas de la ciencia y de la cultura en su calidad de corresponsal de grandes celebridades intelectuales de la época, partícipe de los progresos de su época.

Sí, estábamos dignamente representados y el Brasil era un palco en el cual las invenciones modernas de la época se colocaban subrayando nuestro desarrollo y nuestro compás con las Grandes Potencias, entre las que nos perfilábamos, disponiendo en corto tiempo de ferrocarril, teléfono, cables submarinos, etc.

Decía que no hablaría más del pasado, pero, a medida que escribo, parece que me pasa por la mente toda la grandeza nacional que me acredita y me honra como ciudadano de este país, y creo con firmeza, como futuro súbdito. Hombres de la talla de un Rui Barbosa eran los que se introducían en todos los niveles de la nación como personalidades destacadas y que hasta las primeras décadas de este siglo fueron producto de la "atmósfera" y de los incentivos que tuvieron en el período Imperial.

Más que nunca ha llegado la hora de que reconduzcan el gobierno del Brasil nuestros legítimos representantes frente a la comunidad internacional de las naciones: la Dinastía de la Casa de Orleans y Braganza.

Necesitamos con la máxima urgencia retomar nuestro crecimiento económico respaldados por una credibilidad internacional y nacional. Por lo tanto, solamente una personalidad que se sitúa por encima de los partidos y de los intereses de grupo, pero que sea el fiel de la balanza de la comunidad nacional, nos podrá garantizar la necesaria estabilidad de la que tanto carecemos.

En 100 años de desgobierno y sucesivos atentados contra todos los patrones de honradez pública, nuestro pueblo, paso a paso, comenzó a no creer en sus líderes (si es que aún tenemos alguno de proyección nacional), pues percibo y se percibe que la situación empeora cada día, que en lo cotidiano las leyes que deberían protegernos no lo hacen, sino solamente a las personas y grupos que hacen prevalecer sus posiciones para obtener ventajas o que disfrutan de diversos tipos de inmunidades .

El restablecimiento de la Monarquía nos garantizará ciertamente este arbitro tan necesario, pues la figura del monarca no debe representar a personas o grupos, sino simboliza el conjunto, a todos los miembros del país con sus valores e identidades propias. Esta es una de las glorias de la Monarquía en la actualidad. Sus soberanos son el ejemplo vivo de los derechos que sus leyes nacionales les garantizan.

Este es un punto fundamental: el dejar siempre claro que el monarca asume un papel histórico en el proceso evolutivo de la sociedad sobre la que impera, pues él es, en realidad, el gran símbolo de la autodeterminación, de la dignidad y de la certeza de la riqueza económica, política y cultural de una nación soberana.

Aquí reitero una vez más, insistiendo y clamando a todos a que luchen por ver a nuestro país en 1993 salir vencedor con la opción monárquica.

Ha llegado la hora de dejar de lado cualquier tipo de dubitación; es hora de desplegar nuestra bandera, clamando a todo nuestro pueblo, de las más diversas clases sociales, de diversos orígenes, grados de formación y profesiones, para marchar juntos en una cruzada cívico-histórica en pro de un Brasil mejor, de un Brasil que garantiza para sus hijos honra, derechos, paz, esfuerzo, educación, salud, vivienda, soberanía y una digna posición frente a los demás pueblos del mundo. Seamos de verdad el tan difundido "FLORON DE AMERICA", seamos, pues, aliado de un solo sentido histórico, él de la Verdad. Si así optamos, sólo una puede ser nuestra voz, y gritaremos al unísono: "¡Retorne la Monarquía, retorne nuestra dinastía de los Orleans y Braganza, retorne Brasil a su antigua posición digna dentro de la comunidad internacional de las naciones, retorne Brasil a contemplar a sus hijos con los ojos bondadosos, no obstante justos, de aquella madre, consejera y amiga que sabe como mejor orientar y auxiliar a sus hijos para que un día puedan ser hombres comprometidos con un mundo en
permanente cambio bajo el signo de la justicia!"
(Publicado en Monarquía Europea N° 4 - 1991)

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