Puntos de vista
Conforme a nuestro lema "La unión hace la fuerza", defendido en el último número, queremos dar espacio también a aquellos monárquicos que difieran en la forma, aunque no en el fondo, de la Monarquía actual. Creemos que unos y otros podemos aportar algo a la Monarquía del futuro que, como ya decíamos antes, en su funcionalidad ha de ser distinta de las Monarquías históricas y actuales, salvando lo positivo a la vez de adaptarse a las exigencias del momento. Con este fin creamos el espacio "Debate monárquico", que esperamos suscite el interés y la colaboración de nuestros lectores.
LA MONARQUIA DEL SIGLO FUTURO
por Ramón Forcadell
Presidente de la Hermandad Nacional del Maestrazgo
Muy poca gente, especialmente en España, podía vaticinar, en el primer tercio del siglo XX, el retorno de la Monarquía en las últimas décadas del mismo. Mas este retorno no sólo parece producirse en España, pues en otras naciones - Rusia, Georgia, Bulgaria y Rumanía - surgen corrientes de opinión en favor de la institución monárquica.
En todos los países de vieja formación histórica existen organizaciones monárquicas, más o menos pujantes, especialmente en aquellos que aspiran a que el Trono vuelva a ser su base unitaria.
En España ha existido, desde 1833, un núcleo importante y vigoroso de monárquicos, a los que los historiadores han venido calificando como legitimistas, carlistas o tradicionalistas. La pervivencia de ese sector de opinión, pese a los avatares históricos tanto nacionales como en el mismo sector, es un fenómeno que admira a los estudiosos del tema.
Pero ese sector monárquico habría, como otros, desaparecido si realmente no estuviese imbuido de unos principios políticos, en cuya defensa han dedicado sus partidarios más de siglo y medio en España.
Un profundo conocimiento y análisis de la historia fundamenta la doctrina monárquica de los carlistas o tradicionalistas, que resumen su lema en las palabras DIOS, PATRIA, FUEROS Y REY.
Parece pueril, en tiempos de agnosticismo y de separación de poderes, incluso de crisis en el seno de la Iglesia católica, que un sector de españoles tenga como primer postulado DIOS; mas no es así cuando se penetra en el significado que esa palabra tiene para el fundamento de la propia Monarquía.
Para la Tradición fue Recaredo, antes que Pelayo, el primer monarca español, por haber conseguido la unidad católica en España, lo cual constituyó la piedra angular que hizo posible la Reconquista, tras siete siglos, y la posterior unión política en la época de Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, en 1492, y los posteriores logros de la Casa de Austria, al construir el Imperio en el que no se ponía el sol.
Patria simboliza, junto con los fueros, el sentimiento de los tradicionalistas por las libertades de los distintos territorios que constituían la Monarquía que venía a ser la cúspide de un conglomerado de auténticas repúblicas libres - los municipios y las regiones o antiguos reinos hispánicos -, de ahí la importancia del Rey como arbitro indiscutido en la variedad dentro de la unidad política, por la misma fidelidad a Dios y a la Corona.
Los vendavales revolucionarios, a partir de 1789, asolaron muchas Monarquías europeas. Esos principios -Dios, Patria, Fueros, Rey- son los componentes de la lucha del pueblo español contra la invasión napoleónica y su victoria frente a Napoleón. Mas las ideas revolucionarias extranjeras alcanzaron a los grupos dirigentes de la sociedad española, que frente a la opinión mayoritaria del pueblo, impusieron sus teorías que se iniciaron con la crítica y discusión de dichos principios. Ese fue el motivo de las guerras -llamadas carlistas- al fallecer Fernando VII, en 1833, que en su lecho de agonía modificó arbitrariamente la sucesión de la Corona, que legalmente correspondía a su hermano Carlos, en favor de su hija Isabel II, que por su minoridad fue fácil instrumento en manos de los revolucionarios, para los cuales, a diferencia de los carlistas, la Monarquía tan sólo les servía como un emblema pasajero hasta alcanzar las metas propuestas por la Revolución.
Mientras la dinastía carlista se mantenía arropada por la adhesión de sus partidarios, la llamada dinastía liberal sufría, en primer término, la expulsión de la Reina Gobernadora María Cristina a manos de Espartero; posteriormente la expulsión de la propia Isabel II; luego la pretensión de implantar un Rey extranjero, Amadeo de Saboya, el intento de proclamar la República, hasta que Cánovas del Castillo, en 1872, intenta llegar a la concordia de todos los españoles con una Constitución, para lo cual le ayuda el General Martínez Campos con un golpe de Estado, en Sagunto, que proclama a Alfonso XII.
Extramuros del sistema canovista, quedaron los tradicionalistas, no sólo por lealtades dinásticas a los herederos del Infante Don Carlos, sino por considerar que el régimen constitucional constituía sólo un retraso en el ímpetu revolucionario que trastocaría la institución monárquica española. El primer tercio del siglo actual vino a darles la razón, cuando la crisis social, parlamentaria, de partidos e instituciones supuso el golpe de Primo de Rivera con la Dictadura, sistema con el que quería sostener la Monarquía de
Alfonso XIII. El Dictador, en 1923, pretendió reformar las bases políticas de la Monarquía, para lo cual solicitó el consejo de Víctor Pradera, doctrinario tradicionalista, que llevó a cabo un profundo análisis de los problemas políticos y aportó una serie de soluciones en su obra "El Estado Nuevo". Primo de Rivera no quiso, o no pudo, aplicar aquellas soluciones. En 1931, Alfonso XIII partía de España al exilio.
El año en el que el Rey constitucional abandonaba la Patria, los únicos monárquicos organizados eran los carlistas o tradicionalistas, con círculos, requetés, políticos y doctrinarios, y a ellos acudieron los escasos partidarios activos del destronado monarca. Recordemos cómo Eugenio Vargas Latapié fundó "Acción Española", con el propósito de recoger las doctrinas de Pradera y otros pensadores tradicionalistas. A partir de 1939 los únicos monárquicos activos seguían siendo los tradicionalistas, cuya doctrina inspiraba todos los documentos, manifiestos y actuaciones de los monárquicos durante la dictadura del General Franco.
En 1978 se promulgó una Constitución, que difiere poco con la anterior de Cánovas del Castillo. Dieciséis años después, de nuevo se habla de crisis institucional, especialmente en los apoyos políticos de esa Constitución - partidos, administración de Justicia, autonomías regionales - y una creciente abstención en las elecciones generales son exponentes de esa crisis.
El momento es, por tanto, difícil y de gran responsabilidad histórica, en concreto para los que se sienten herederos de la Tradición política, y de forma especial para los que se han integrado en la Hermandad Nacional Monárquica del Maestrazgo, - fundada en 1962, cuando todavía estaba muy lejana la hora de la Monarquía en España -, por ello a través de la revista MAESTRAZGO han venido ocupándose de analizar y dar soluciones a estos problemas políticos.
Conforme a nuestro lema "La unión hace la fuerza", defendido en el último número, queremos dar espacio también a aquellos monárquicos que difieran en la forma, aunque no en el fondo, de la Monarquía actual. Creemos que unos y otros podemos aportar algo a la Monarquía del futuro que, como ya decíamos antes, en su funcionalidad ha de ser distinta de las Monarquías históricas y actuales, salvando lo positivo a la vez de adaptarse a las exigencias del momento. Con este fin creamos el espacio "Debate monárquico", que esperamos suscite el interés y la colaboración de nuestros lectores.
LA MONARQUIA DEL SIGLO FUTURO
por Ramón Forcadell
Presidente de la Hermandad Nacional del Maestrazgo
Muy poca gente, especialmente en España, podía vaticinar, en el primer tercio del siglo XX, el retorno de la Monarquía en las últimas décadas del mismo. Mas este retorno no sólo parece producirse en España, pues en otras naciones - Rusia, Georgia, Bulgaria y Rumanía - surgen corrientes de opinión en favor de la institución monárquica.
En todos los países de vieja formación histórica existen organizaciones monárquicas, más o menos pujantes, especialmente en aquellos que aspiran a que el Trono vuelva a ser su base unitaria.
En España ha existido, desde 1833, un núcleo importante y vigoroso de monárquicos, a los que los historiadores han venido calificando como legitimistas, carlistas o tradicionalistas. La pervivencia de ese sector de opinión, pese a los avatares históricos tanto nacionales como en el mismo sector, es un fenómeno que admira a los estudiosos del tema.
Pero ese sector monárquico habría, como otros, desaparecido si realmente no estuviese imbuido de unos principios políticos, en cuya defensa han dedicado sus partidarios más de siglo y medio en España.
Un profundo conocimiento y análisis de la historia fundamenta la doctrina monárquica de los carlistas o tradicionalistas, que resumen su lema en las palabras DIOS, PATRIA, FUEROS Y REY.
Parece pueril, en tiempos de agnosticismo y de separación de poderes, incluso de crisis en el seno de la Iglesia católica, que un sector de españoles tenga como primer postulado DIOS; mas no es así cuando se penetra en el significado que esa palabra tiene para el fundamento de la propia Monarquía.
Para la Tradición fue Recaredo, antes que Pelayo, el primer monarca español, por haber conseguido la unidad católica en España, lo cual constituyó la piedra angular que hizo posible la Reconquista, tras siete siglos, y la posterior unión política en la época de Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, en 1492, y los posteriores logros de la Casa de Austria, al construir el Imperio en el que no se ponía el sol.
Patria simboliza, junto con los fueros, el sentimiento de los tradicionalistas por las libertades de los distintos territorios que constituían la Monarquía que venía a ser la cúspide de un conglomerado de auténticas repúblicas libres - los municipios y las regiones o antiguos reinos hispánicos -, de ahí la importancia del Rey como arbitro indiscutido en la variedad dentro de la unidad política, por la misma fidelidad a Dios y a la Corona.
Los vendavales revolucionarios, a partir de 1789, asolaron muchas Monarquías europeas. Esos principios -Dios, Patria, Fueros, Rey- son los componentes de la lucha del pueblo español contra la invasión napoleónica y su victoria frente a Napoleón. Mas las ideas revolucionarias extranjeras alcanzaron a los grupos dirigentes de la sociedad española, que frente a la opinión mayoritaria del pueblo, impusieron sus teorías que se iniciaron con la crítica y discusión de dichos principios. Ese fue el motivo de las guerras -llamadas carlistas- al fallecer Fernando VII, en 1833, que en su lecho de agonía modificó arbitrariamente la sucesión de la Corona, que legalmente correspondía a su hermano Carlos, en favor de su hija Isabel II, que por su minoridad fue fácil instrumento en manos de los revolucionarios, para los cuales, a diferencia de los carlistas, la Monarquía tan sólo les servía como un emblema pasajero hasta alcanzar las metas propuestas por la Revolución.
Mientras la dinastía carlista se mantenía arropada por la adhesión de sus partidarios, la llamada dinastía liberal sufría, en primer término, la expulsión de la Reina Gobernadora María Cristina a manos de Espartero; posteriormente la expulsión de la propia Isabel II; luego la pretensión de implantar un Rey extranjero, Amadeo de Saboya, el intento de proclamar la República, hasta que Cánovas del Castillo, en 1872, intenta llegar a la concordia de todos los españoles con una Constitución, para lo cual le ayuda el General Martínez Campos con un golpe de Estado, en Sagunto, que proclama a Alfonso XII.
Extramuros del sistema canovista, quedaron los tradicionalistas, no sólo por lealtades dinásticas a los herederos del Infante Don Carlos, sino por considerar que el régimen constitucional constituía sólo un retraso en el ímpetu revolucionario que trastocaría la institución monárquica española. El primer tercio del siglo actual vino a darles la razón, cuando la crisis social, parlamentaria, de partidos e instituciones supuso el golpe de Primo de Rivera con la Dictadura, sistema con el que quería sostener la Monarquía de
Alfonso XIII. El Dictador, en 1923, pretendió reformar las bases políticas de la Monarquía, para lo cual solicitó el consejo de Víctor Pradera, doctrinario tradicionalista, que llevó a cabo un profundo análisis de los problemas políticos y aportó una serie de soluciones en su obra "El Estado Nuevo". Primo de Rivera no quiso, o no pudo, aplicar aquellas soluciones. En 1931, Alfonso XIII partía de España al exilio.
El año en el que el Rey constitucional abandonaba la Patria, los únicos monárquicos organizados eran los carlistas o tradicionalistas, con círculos, requetés, políticos y doctrinarios, y a ellos acudieron los escasos partidarios activos del destronado monarca. Recordemos cómo Eugenio Vargas Latapié fundó "Acción Española", con el propósito de recoger las doctrinas de Pradera y otros pensadores tradicionalistas. A partir de 1939 los únicos monárquicos activos seguían siendo los tradicionalistas, cuya doctrina inspiraba todos los documentos, manifiestos y actuaciones de los monárquicos durante la dictadura del General Franco.
En 1978 se promulgó una Constitución, que difiere poco con la anterior de Cánovas del Castillo. Dieciséis años después, de nuevo se habla de crisis institucional, especialmente en los apoyos políticos de esa Constitución - partidos, administración de Justicia, autonomías regionales - y una creciente abstención en las elecciones generales son exponentes de esa crisis.
El momento es, por tanto, difícil y de gran responsabilidad histórica, en concreto para los que se sienten herederos de la Tradición política, y de forma especial para los que se han integrado en la Hermandad Nacional Monárquica del Maestrazgo, - fundada en 1962, cuando todavía estaba muy lejana la hora de la Monarquía en España -, por ello a través de la revista MAESTRAZGO han venido ocupándose de analizar y dar soluciones a estos problemas políticos.
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