Precisamente con estas palabras, que aludían a la unidad en lo esencial, terminaba el Rey su discurso navideño de 2011, una intervención muy esperada y que no ha defraudado, porque el Rey ha afrontado, una tras otra, las grandes preocupaciones de los españoles, sin olvidar las que más directamente han afectado a su propia Casa. Es muy significativo que esas palabras, mérito y necesidad, puedan aplicarse también al Rey y a la Monarquía, una Institución que merece nuestro respeto, precisamente porque la necesitamos como símbolo de la unidad de todos, por encima de diferencias legítimas y ocasionales. El Rey comenzó reconociendo el orgullo que le merecen España y los españoles para afirmar que en ese sentimiento encontraremos los resortes necesarios para superar los graves problemas que nos aquejan, y para dar curso a la esperanza cierta de superarlos.
El Rey no es un español más, está por encima de nuestras diferencias y de nuestras querellas, precisamente para representar y garantizar la unidad indisoluble de la Nación en que se funda la Constitución. Don Juan Carlos, que, de modo llamativo, y muy sorprendente, apareció junto a un retrato en el que se le ve flanqueado por Rajoy y Zapatero, ha querido subrayar que, independientemente de lo que se pueda pensar de las distintas opciones políticas, él es el Rey de todos, y debe respetar a cualquiera de las formaciones que los españoles escojan para gobernar, tengan o no tengan acierto en su gestión porque representan la voluntad ciudadana en que se funda nuestra democracia. Su papel no consiste en decidir las fórmulas concretas para gobernar, sino en tratar de sumar voluntades, en acercar posiciones, y en animar a todos a trabajar, a dialogar, a actuar con altura de miras, rigor, patriotismo y entusiasmo.
El Rey es muy consciente de que hemos perdido la prosperidad que habíamos alcanzado decenios atrás, pero confía en nuestra capacidad colectiva para recuperar la ilusión y el bienestar. Para ello hay que reconocer cuáles son los comportamientos en los que hayamos podido equivocarnos.
Destacó claramente Don Juan Carlos que la crisis es internacional, pero también tiene unos perfiles nacionales muy específicos y graves, empezando por el paro que representa una situación con la que no podemos conformarnos. Don Juan Carlos recuerda que necesitamos reforzar nuestro aprecio a los valores que permitirán superar esta honda crisis, mejorando nuestra educación, esforzándonos más, dando curso a nuevas iniciativas y aceptando el compromiso de la solidaridad.
En este punto, el Rey se refirió a la necesidad de poner coto a la desconfianza que se extiende respecto a algunas de nuestras instituciones, y cómo ese problema sólo se resuelve intensificando la ejemplaridad, que es una exigencia pública de primer orden. A este propósito fue bastante transparente su alusión al caso que más directamente ha afectado a la buena imagen de la Monarquía desde su acceso al Trono, y lo hizo reconociendo la lógica del escándalo y el descontento de la sociedad y recordando que nadie puede estar por encima de la Ley.
El Rey recordó expresivamente a las víctimas del terrorismo y la necesidad de que se acabe definitivamente con la amenaza del terror, sin trampas ni concesiones. Un discurso muy medido, muy firme, que culminó recordando la ejemplaridad y dedicación del Príncipe Felipe al servicio de España y de los españoles.
Fuente: La Gaceta
1 comentario:
¡Viva nuestro rey por siempre!
Publicar un comentario