En el día de ayer, la reina Isabel II, de 86 años, cumplía la friolera de 60 en el trono británico y lo hacía pocos días después de saberse que su nieto, el príncipe Enrique, comentara en una entrevista a la BBC que su abuela no sería capaz de reinar si no fuera por la asistencia de su marido, el duque de Edimburgo: "No creo –declaró el joven príncipe– que ella pudiera hacerlo sin él, especialmente con la edad que tiene".
La controversia británica acontece cuando en Holanda los periódicos De Telegraaf y De Volkskrant publican con aire de revelación que la regente, Beatriz de Orange, de 74 años, podría abdicar este mismo año en favor de su hijo, el príncipe Guillermo. No sería la primera vez que ocurre en la casa real de los Países Bajos: La reina Guillermina I cedió el trono en 1948 a su hija Juliana I, que a su vez abdicó en favor de su hija Beatriz en 1980.
Pero la holandesa es una costumbre reciente y del todo excepcional, pues si de alguna prebenda no suelen abusar ni los reyes británicos ni los europeos en general es de la abdicación. ¿Por qué razón los monarcas evitan ceder la corona a sus herederos? ¿Qué motivos les llevan a ocupar el trono hasta el mismo día de su muerte? ¿Debería jubilarse un rey llegada una cierta edad? O lo que es más pertinente: ¿Podría, si así lo desea, abdicar?
La edad, un activo para la monarquía
“Los monárquicos consideramos que mientras un rey o una reina esté en plena posesión de sus facultades, debe seguir”, explica a El Confidencial Pedro Schwenzer, presidente de la Asociación Monárquica Europea. “Un principio básico de la monarquía hereditaria es que al rey sólo se le sustituye por fallecimiento”.
Un rey puede abdicar, según Schwenzer, pero normalmente no lo hará porque se esté haciendo demasiado mayor. La edad, comenta, no tiene por qué ser un lastre para un monarca: “A veces puede ser conveniente que se rejuvenezca la corona cediendo el puesto al príncipe heredero”, concede, aunque matiza que “depende mucho del país y la situación”.
Para este experto, el problema de envejecer no lo tiene tanto un rey como sí un príncipe: “Si el heredero es muy mayor, como ocurre en Gran Bretaña, y llega al trono a los ochenta años, puede percibirse que no desarrollará su labor como jefe de Estado con la misma eficacia”. Los súbditos, nos comenta, “valoran la experiencia de un rey”, pero no suelen mostrar la misma actitud hacia el príncipe. Si un rey abdica obligado por los años, comenta Schwenzer, “puede hacerlo no porque él sea mayor, sino porque su heredero se esté haciendo mayor”.
Una institución mítica
Para Juan Antonio Granados, historiador y autor de Breve historia de los Borbones españoles, la clave está en no aplicar a un rey los mismos criterios profesionales que aplicaríamos a cualquier otro ciudadano: “Un rey –sintetiza– no tiene por qué jubilarse”.
“Mi opinión –comenta– es que la monarquía vive de su carácter mítico. Es una institución milenaria que echa raíces en lo sobrenatural. Para su perpetuación a largo plazo resulta fundamental conservar este aura de misticismo”.
Si los reyes no suelen abdicar, asegura, no es seguramente por doctrina o consigna política, sino “para mantenerse fieles a su propia tradición”. Una fidelidad, explica, que resulta determinante en la supervivencia de la institución a largo plazo: “En monarquía importa poco en qué consistan las tradiciones. Lo que importa es cumplirlas”.
Granados también explica a El Confidencial que “nuestro concepto de monarquía se fijó durante el Antiguo Régimen; como representante de una institución hereditaria, era inherente que el rey lo fuera hasta que muriera”. Hoy puede parecer una costumbre superada, antigua e incluso contraria al ordenamiento legal, pero “a las casas reales les gusta mantener muchas costumbres que se han quedado anticuadas”. En el fondo, apunta el experto, “se trata de hacer ver que el rey está sometido a una lógica diferente a la de los plebeyos; por eso es rey”.
O lo que es lo mismo: cuando el rey deje de comportarse como un rey, dejará de serlo. “Si un monarca pierde sus liturgias, se convierte en un presidente de la república con corona”. Y con ello, explica, “pierde su anclaje en el inconsciente colectivo”, convirtiéndose a efectos simbólicos en “un ciudadano ordinario”. La abdicación, “que en el fondo consiste en jubilarse”, aclara Granados, abunda en esta dirección. Y la institución, explica, “pierde una de sus dos grandes ceremonias: una es la coronación; la otra, el funeral de Estado”.
Incluso cuando la abdicación reflejase la voluntad colectiva y pudiera redundar en el propio beneficio –político, simbólico o humanitario– del monarca, es un tema delicado, según Granados: “No se puede pretender aplicar demasiada democracia a una institución que no es democrática”, resume.
Razones prácticas para una abdicación
Es muy significativo que las dos expresiones sobre monarcas que maneja casi cualquier ciudadano hablen de lo mismo: una es “a rey muerto, rey puesto”, y la otra “el rey ha muerto; larga vida al rey”. Llama la atención sobre el hecho José Luis Orella, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad San Pablo CEU, que explica a El Confidencial que “existen multitud de razones pragmáticas para que un rey no abdique, y la más acuciante es la continuidad”.
La muerte del rey es irrevocable, pero la abdicación no
“Una de los objetivos básicos de las modernas monarquías, más allá de la representación, es el de evitar o atajar las crisis que atraviesan los poderes ejecutivos de un país, sirviendo de asidero en continuidad entre gobiernos que se suceden”. En este contexto, explica, la propia perpetuación de la institución es fundamental, y eso explica en parte la renuencia de los reyes a abandonar el trono. “Simplemente no conviene”, concluye. “La muerte del rey es irrevocable, pero la abdicación no. Un contexto donde la abdicación fuera costumbre generaría menos confianza entre sus súbditos, ya que los antiguos reyes podrían reclamar los tronos que cedieron o que les obligaron a ceder”.
Orella también comenta que el imperativo físico ha perdido importancia entre unas coronas, las europeas, “cuya función es cada vez más simbólica, representativa y de relaciones públicas”. La labor física del monarca es menor que antaño, y también lo son las responsabilidades que recaen exclusivamente sobre su persona, ya que las funciones del rey “se van descentralizando según va ganando protagonismo el resto de integrantes de la familia real”. Llega un momento, nos indica, “en que los príncipes y princesas, las infantas e infantes o el propio rey o reina consorte pueden asumir las labores prácticas de un rey”.
Hoy día el relevo monárquico, sintetiza, “es una decisión personal” que depende del criterio del rey vigente. “Ahí es donde se expresa la cualidad del estadista”.
Por último, Orella invita a no concebir esta doctrina que opera sobre lo monárquico como algo exclusivo de los reyes. “La vieja Europa tiene que ser la vieja Europa”, explica. "Especialmente en Estados Unidos, Latinoamérica y las naciones de la Commonwealth".
Las naciones europeas cultivan su reputación de 'alma mater' occidental
“La propia identidad de muchos países europeos tiene como núcleo central a sus reyes, sobre todo si hablamos de familias que llevan siglos en el trono”, y eso es algo que, según este profesor, trasciende a la propia institución. En las antiguas colonias europeas, que hoy son gran parte del mundo, se recurre a Europa para rastrear sus raíces: “Acuden a nosotros buscando su origen, el de sus familias o el de sus propias instituciones”. Las naciones europeas, explica, cultivan su reputación de alma mater occidental, “y en ese rol tienen un papel fundamental las monarquías históricas, que proyectan una imagen de la nación idealizada, antigua y gloriosa que tanto conviene explotar".